AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS
Saïd Alami
En entregas semanales
8
5 abril 2022
—No
saldrás de aquí, Svindex, pues la primera vez te convertí en flor, pero la
próxima te convertiré en una despreciable cucaracha —dijo la bruja susurrando
agudamente, tanto que sus palabras sonaban a silbidos.
Y nada más decir esto, la bruja
mayor se lanzó contra el mago Flor convertida en un enorme y fiero león, con un
rugido ensordecedor, a la vez que todos los brujos presentes, salvo Narus, se
lanzaban contra el gran mago convertidos en leones idénticos a Kataziah y
rugiendo igual que ella. Todos chocaron contra el escudo invisible que protegía
al mago Flor emanado de su sortija, y salieron despedidos por efecto del
choque, mientras él sonreía con desprecio. Cuando se cansaron de intentar
atacarlo una y otra vez, con la esperanza de romper el escudo, el mago Flor se
convirtió de repente en una enorme bola de fuego que rodaba a gran velocidad
persiguiendo a los leones, que saltaban por las ventanas y puertas del caserón,
despavoridos de espanto, incluida Kataziah.
Hilal y los demás magos que rodeaban el caserón y
esperaban en el bosque persiguieron a los brujos, que habían recuperado su
forma original al abandonar el caserón, librando con ellos una intensa lucha
que finalizó deteniéndolos a todos. Entre ellos ya no se encontraba Kataziah,
que se había esfumado en medio de la feroz batalla que había durado unos
minutos. Tampoco estaban allí Narus ni Wantuz. Los tres habían desaparecido,
llevándose la bola de cristal de la bruja, mientras el caserón ardía en llamas.
Los
magos buscaron a los tres brujos fugitivos durante horas, debajo de cada árbol,
en cada rama y dentro de cada agujero en el bosque, pero la búsqueda fue
infructuosa.
Poco
antes del amanecer, los magos se reunieron de nuevo frente al caserón que se
había convertido en un montón de paredes ennegrecidas y escombros. Había que
decidir qué hacer con los brujos y brujas que permanecían en su poder. El mago
Flor ordenó encerrarlos a todos hasta que Kataziah, su hijo y su hermano fueran
localizados, pues tal vez de esta manera alguno de aquellos brujos ayudara a
encontrar a los fugitivos.
Kataziah, su hijo y su
hermano habían aprovechado el incendio y la batalla con los magos para
esfumarse del lugar y refugiarse en una gruta en las afueras de Dahab. Los
esfuerzos de búsqueda del mago Flor e Hilal con sus respectivas sortijas no
sirvieron de nada, pues los magos no tenían poderes para atravesar con su
mente, ni escudriñar con su vista los subterráneos, como cuevas y grutas.
Tampoco servían para esto las sortijas.
Al amanecer, Amarzad ya estaba en su cama, como si
nada hubiera ocurrido. Mientras, el mago Flor e Hilal estudiaban en el Nuevo
Palacio la situación creada por la escapada de Kataziah, preocupados por si la
bruja y los suyos pudieran causar algún daño a Amarzad, decididos a hallarla y
detenerla cuanto antes, costase lo que costase.
—¿Sabes, Hilal? —dijo el mago Flor en el curso de
esa conversación—. Creo que la única explicación posible de no haber podido
localizar a esta infame bruja es que ella y sus dos acompañantes se han
refugiado en alguna gruta. Seguid con la búsqueda, sin descanso —continuó
diciendo el gran mago—. Puede que la bruja o uno de sus secuaces regresen al
caserón para recobrar algunas de sus pertenencias.
Hilal
se levantó y llamó a la mitad de los magos que montaban guardia en el Nuevo
Palacio y sus alrededores y les ordenó reanudar la búsqueda del trío fugitivo,
regresando estos a los escombros del caserón quemado y al bosque que lo
rodeaba. Siguiendo las instrucciones del mago Flor, unos adoptaban de día la
forma de cuervos y otros la de búhos, de noche, esperando pacientemente a que
los fugitivos o uno de ellos regresara al caserón en busca de joyas o de
cualquier cosa que les interesara rescatar de entre los escombros. Algunos de
ellos se escondieron entre las ramas de los árboles, mientras que otros
sobrevolaban el bosque y el caserón quemado.
La
astuta Kataziah sabía de sobra que los magos esperaban su regreso al caserón,
por lo que se abstuvo de acercarse al mismo y ordenó a Narus y Wantuz que no
regresaran bajo ningún concepto. Había que dejar pasar el tiempo y tramar bien
su venganza contra el mago Flor, pensaba ella.
Capítulo 7. Parvaz Pachá
En
el Palacio Real de Dahab, los nervios estaban a flor de piel. El sultán
Nuriddin estaba muy preocupado por los resultados que pudieran obtener las
embajadas que había enviado hacía unos días, especialmente las enviadas a
Rujistán y a Nimristán.
También le inquietaba lo que
pudiera pasar en la entrevista que se preveía celebrar en Sindistán entre su
amigo y aliado el sultán Akbar Khan, acompañado de Muhammad Pachá, gran visir
de Qanunistán, y el rey de aquel país, Radi Shah.
De
estas tres embajadas dependía el futuro de su reino. Y no solo le preocupaban
al sultán Nuriddin los resultados de estas entrevistas, sino también que las
embajadas pudieran llegar a sus destinos, pues los caminos nunca estaban lo
suficientemente seguros y nada le garantizaba que sus enemigos no se hubieran
enterado, a través de sus espías, de la marcha de estas delegaciones y
tendiesen emboscadas para abortar sus misiones.
Todos estos pensamientos quitaban el sueño a
Nuriddin, mientras, la reina Shahinaz y la princesa Amarzad intentaban hacerle
ver las cosas con más optimismo. Sin embargo, la preocupación no le impedía al
sultán esforzarse sin parar para preparar sus tropas para la gran batalla que
él presentía que se avecinaba irremediablemente.
Hombres
jóvenes acudían a la capital de todos los rincones del reino para unirse a las
filas del ejército que se estaba entrenando y preparándose a marchas forzadas,
respondiendo así a la llamada de su monarca, cuyos emisarios arengaban a los
jóvenes en todo el país para que acudieran en defensa de su patria.
Así,
el reino era escenario de una actividad frenética, con decenas de miles de voluntarios y reclutas
que recibían en Dahab y sus alrededores entrenamiento militar sin descanso, día
y noche, antes de ser enviados a las fronteras por donde se preveía que iban a
irrumpir los tres ejércitos enemigos.
El rey Nuriddin había
elegido a su visir, Parvaz Pachá, uno de los más destacados nobles de
Qanunistán, para encabezar su embajada a Rujistán. Parvaz Pachá, a quien le
acompañaba su único hijo varón, Bahman, junto a un centenar de jinetes y
decenas de ayudantes, era muy conocido por el rey Qadir Khan, al que caía muy
bien, ya que se habían entrevistado en el pasado en varias ocasiones.
El
viaje de esta delegación hasta la frontera de Rujistán transcurrió con
normalidad, salvo por los ataques que sufrió por parte de dos animales. En el
primer incidente, un leopardo se abalanzó sobre el propio Parvaz en plena
jungla cuando este estaba ensimismado intentando cazar a un tigre, pero el
guerrero experto reaccionó al instante hasta matar al animal tras una lucha
feroz que finalizó cuando acudían a socorrerle caballeros de su Guardia Personal.
En el segundo incidente, un soldado de Parvaz fue atacado por un tigre en plena
noche, pero la rápida reacción de sus compañeros pudo salvarle la vida, aunque
con heridas, mientras el tigre desaparecía en la oscuridad.
Tres días antes de la llegada de la embajada a la
frontera rujistaní, una avanzadilla enviada por Parvaz, compuesta por tres
jinetes, había llegado allí para informar de que el visir de Qanunistán y su
hijo estaban en camino. El hecho de no haber regresado aquella avanzadilla al
encuentro del visir antes de la llegada de este último a la frontera
significaba que el rey Qadir Khan aceptaba recibir a Parvaz Pachá.
La embajada había pasado ya la frontera de ese país
cuando fue interceptada por soldados rujistaníes, lo que provocó instantáneamente
que los jinetes de Parvaz echaran mano de sus espadas y se dispusieran a
luchar, pero el visir vio junto a los soldados rujistaníes a los hombres de su
avanzadilla que gritaban: «¡Alto! ¡Alto! Es Parvaz Pachá», por lo que este hizo
una señal a su tropa ordenándoles que envainasen. El jinete que comandaba el
destacamento rujistaní preguntó en voz alta si se trataba de la embajada de
Qanunistán, a lo que Parvaz contestó afirmativamente. Así, el destacamento
rujistaní encargado de recibir a la embajada los acompañó hasta las puertas de
la capital, Zulmabad, donde el rey había sido informado de la inminente llegada
de la embajada qanunistaní, por lo que tenía preparado un digno recibimiento a
su distinguido huésped, que sorprendió gratamente a Parvaz, a pesar de que el
monarca no estuvo presente en el mismo, sino su hijo menor, el príncipe Qandar.
Parvaz y su hijo fueron acompañados hasta el palacio
de huéspedes, no lejos de Palacio Real de Qadir Khan, donde pasaron la noche
descansando a la espera de ser recibidos al día siguiente por el monarca. Los
jinetes, caballeros y criados fueron llevados a otras dependencias del mismo
palacio cada uno según su categoría. Dentro del palacio montaban guardia los
soldados de Parvaz mientras que un destacamento de la Guardia Real de Rujistán
lo hacía en el exterior.
A la mañana siguiente, el príncipe
Qandar acudió al palacio de huéspedes para acompañar a Parvaz Pachá y a su hijo
al Palacio Real, donde fueron recibidos calurosamente por el rey Qadir Khan,
acompañado por su esposa, la reina Sirin, de su hijo mayor, Khorshid, y de su
hija menor, Gayatari.
—Querido
y muy gran amigo mío, bienvenido seas a mi casa, que es la tuya y la de tu hijo
—se apresuró a decir Qadir Khan, con una gran sonrisa y en voz alta, al ver entrar
al visir junto a su hijo, mientras agarraba con sus manos ambos hombros de su
huésped, en actitud amistosa y cariñosa, mirándole a los ojos.
Qadir
Khan, que andaba por la séptima década de vida, era un hombre de mediana
estatura, complexión fuerte, completamente calvo, aunque iba siempre tocado de
distintas clases de turbantes o cascos de guerra; su larga barba estaba teñida
de color rojizo y tenía los ojos negros, de potente mirada, la nariz aplastada
y la tez blanca. Estaba al tanto de todo lo relacionado con Parvaz Pachá, y
sabía que el visir era un hombre poderoso que disponía de miles de guerreros a
sus órdenes, que solo le obedecían a él, como era costumbre entre los nobles de
aquellos tiempos en aquellas tierras. Sus tropas formaban parte del ejército de
Qanunistán, pero, en realidad, eran suyas y costeadas por él. Al monarca le
unía una cierta amistad con Parvaz Pachá desde hacía años, y siempre que
Rujistán entraba en conflicto con el rey Nuriddin, era Parvaz el que mediaba
entre ambos, a veces con éxito y otras no, por lo que en más de una ocasión
Parvaz empuñó la espada contra las tropas de Qadir Khan cuando los ejércitos de
los dos reinos vecinos se enfrentaban. Aun así, ambos hombres, Qadir Khan y
Parvaz Pachá, mantuvieron a buen recaudo el hilo de sus relaciones, lo que el
sultán Nuriddin veía con buenos ojos.
La mañana transcurrió muy agradablemente, en medio
de una charla familiar distendida y alegre celebrada alrededor de una amplia
mesa de desayuno repleta de toda clase de exquisiteces y frutas, colocada en el
extenso y frondoso jardín, rodeado de las distintas alas del palacio, a cielo
abierto.
Parvaz
Pachá y su hijo Bahman ya habían estado con la familia real de Rujistán
anteriormente, y esta conocía bien a todos los miembros de la familia de
Parvaz, de ahí ese ambiente agradable en el que transcurrió el desayuno. Pero
sucedió que, en esta ocasión, y mientras todos comían y charlaban, con una
nutrida servidumbre en constante trasiego alrededor de los comensales, surgió
la chispa del amor entre Bahman, de veinticinco años de edad, y la hija del
rey, Gayatari, de veinte años.
Tanto
el rey como la reina se dieron cuenta perfectamente del intenso intercambio de
miradas y sonrisas entre Bahman y Gayatari, lo cual provocó una honda
satisfacción en el corazón del rey, pues este enamoramiento, de ser verdadero y
seguir adelante, le vendría como anillo al dedo y podría coronar el diabólico
plan que el tirano tenía ya tramado, en el que Parvaz Pachá iba a ser el
protagonista. Así, sintiéndose plenamente ganador, Qadir Khan se acercó al
visir, quien se apresuró a levantarse, poniéndose de pie enseguida todos los
comensales. El rey rodeó con su mano derecha, amistosamente, los hombros de
Parvaz, que era de igual estatura, y ambos caminaron lentamente.
—Vamos a olvidarnos de la
política por unos días, tres días, en los que su excelencia y su hijo serán mis
huéspedes de honor. Dedicaremos estos días a la caza, al paseo y a la fiesta.
—Muchas gracias, majestad
—balbució Parvaz—, pero nos urge…
—Pasados estos días —le interrumpió el rey,
hablándole con voz baja y persuasiva—, nos sentaremos a hablar de los problemas
que enfrentan a nuestros países y estoy seguro de que las conversaciones serán
entonces mucho más fáciles.
Parvaz
no tuvo más remedio que aceptar la invitación del rey, aunque esto le había
causado una profunda inquietud, pues nunca antes había sido tratado tan gentil
y generosamente por el monarca. Al visir le urgía regresar cuanto antes a
Qanunistán con algún resultado tangible en la mano acerca de sus conversaciones
con Qadir Khan, para así ayudar al sultán Nuriddin a tomar sus decisiones
frente a esa crisis tan grave a la que se enfrentaba su país.
Continuará