AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS
Saïd Alami
En entregas semanales
(5)
La niña, muy emocionada, no pudo contenerse y se
echó a llorar, siendo arropada entre Xanzax y Svindex, que la ayudaron a bajar
los tres escalones.
Acabada la ceremonia, muchos magos acudieron a saludar
personalmente a Amarzad y al mago Flor, quienes permanecían de pie junto a
Xanzax, para recibir las congratulaciones de los asistentes.
Amarzad se despidió muy
calurosamente del mago supremo galáctico y de los demás presentes y, acompañada
por el mago Flor, abandonó aquel inmenso palacio, en medio de las ovaciones de
aquel selecto y venerable público. La niña sentía como si dejara su corazón
tras de sí, pues acababa de vivir allí los momentos más fascinantes de su vida.
Una vez situada nuevamente en el jardín donde había estado antes, se detuvo, y
con algo de tristeza miró atrás con profunda nostalgia, sintiendo en sus
adentros que nunca más volvería a pisar ese lugar. Miraba todo detenidamente,
cogida de la mano del mago Flor, quien le daba palmaditas en la espalda al
percibir la aflicción que embargaba a la niña en aquellos momentos.
Amarzad, de repente, vio que el
fastuoso palacio empezaba a desvanecerse ante su vista, quedándose totalmente
patidifusa. Comenzó a chillar del impacto, aunque no podía articular ni una
palabra, mientras que su amigo rodeaba sus hombros con su brazo contemplando
con ella, tranquilo, como se disipaba aquel fastuoso palacio.
Desaparecido el palacio como si no hubiera existido
nunca, apareció en su lugar una inmensa pradera verde atravesada por un hermoso
río. Finalmente, Amarzad pudo tartamudear
—¿¡Pero… qué… qué… qué ha
pasado!? ¿¡Cómo puede ser!? ¿¡Y el palacio!? ¿¡Y los magos!?
¿¡Y las doncellas!? ¿¡Y el mago supremo galáctico!?
—Lo que acabáis de ver, majestad, no es más que la
propia vida —respondió el mago Flor sin apartar ninguno de los dos sus miradas
del lugar donde hacía unos minutos se erigía el palacio de oro y diamantes—.
Todo en este universo, salvo Dios, es efímero y desaparece con el tiempo, por
más que este se alargue.
—Es verdad, pero… —murmuró Amarzad, desconsolada—,
no tan pronto.
—En cuanto a los magos y doncellas que acabamos de
despedir —continuó el gran mago—, están ya camino de sus correspondientes
planetas.
—¿Nadie vive aquí, entonces? —preguntó Amarzad
intrigada.
—Sí, claro, hay magos guardianes, encargados de
proteger al planeta de cualquier peligro exterior. Tenemos castillos por todo
el planeta, con sede central en el Castillo Rojo, invisible salvo para los
magos de nuestra Hermandad Galáctica.
—Ya, esto está bien, mago Flor, pero sigue siendo un
planeta desierto.
—Este planeta, majestad
—respondió el mago Flor, mientras seguían caminando por el jardín—, fue
descubierto por nuestra Hermandad hace muchos siglos, y es tan hermoso y
repleto de riquezas que la Hermandad se ha comprometido a protegerlo, para lo
cual hay que mantenerlo oculto a las civilizaciones de otros planetas. Si esas
civilizaciones supieran de la existencia de este planeta y de sus inmensas
riquezas, lo invadirían irremediablemente, se librarían guerras por
conquistarlo y terminarían por destruirlo.
—Pero ¿cómo pueden destruir un planeta, mago Flor?
—preguntó Amarzad con curiosidad.
—Los enormes avances en
ciencias de esas civilizaciones y la codicia ilimitada de sus líderes y gobernantes
terminarían por ensuciar y destruir este planeta, majestad. Nosotros sabemos de
varios planetas que terminaron siendo destruidos por la extrema irracionalidad,
codicia y agresividad de los seres inteligentes que los habitaban.
—Pues es una gran pena que un planeta tan
maravilloso como este no tenga habitantes.
¿Habitantes para qué, Majestad? —respondió el mago
Flor—. Ya está viendo lo que pasa en nuestro planeta donde los humanos no paran
de guerrear entre ellos, matando y destruyendo.
Ambos se quedaron callados por unos instantes
mientras caminaban.
—Hay una cosa que debéis saber, majestad —dijo el
mago Flor, deteniendo sus pasos.
—Dime, gran mago —respondió ella mientras se detenía
a su vez.
—Quiero recordaros lo que os dije antes de emprender
este viaje: Vuestra Majestad regresará a Tierra convertida en otra persona, muy
distinta a la que erais. Seréis muy poderosa, como le corresponde a la reina de
honor de Kabir y tendréis mucha cordura, que no corresponde a vuestra edad,
porque poder sin cordura no traería más que catástrofes y sufrimientos.
Amarzad se quedó callada, con semblante de
preocupación, mientras ambos reanudaban sus pasos.
Momentos después, llegados ya al punto de partida,
Amarzad, que todavía lucía su inmenso vestido de ceremonia, su luminosa corona
en la cabeza, su collar resplandeciente al cuello y su sortija mágica en la
mano, emprendía —de la mano del mago Flor— el viaje de regreso a Tierra,
volando muy alto junto a su amigo encima de paisajes de inimaginable belleza.
Unos minutos más tarde, Amarzad estaba ya sumida en un profundo sueño.
3. De vuelta a casa
Amarzad abrió los ojos junto a su guardián,
exactamente donde le había dejado dormido, en medio de la pradera que lindaba
con el palacio. Miró a su alrededor y no le cupo duda de que todo había sido un
sueño. Buscó cualquier cosa que desmintiera tal pensamiento, pero no halló
nada. Seguía mirando, sin levantarse aún, tratando de recuperar su consciencia.
Dos lágrimas enormes se le escaparon recorriendo sus mejillas. Había creído
plenamente que todo aquello era verdad: el mago Flor, cómo le salvó ella, el
viaje a otro planeta, el mago supremo galáctico, aquellos otros magos y
doncellas, aquel salón indescriptible, aquel vestido de larguísima cola y un
sinfín de piedras preciosas, diamantes y destellos, aquella corona que la
regalaron, la sortija y el collar. Sintió una profunda pena mientras se
levantaba del suelo y despertaba a su guardián. Este se levantó de un salto y
los dos caminaron de regreso al palacio.
El guardián, al despertarse y
ver ante él a la princesa, y observar que el sol se encontraba en el mismo
lugar donde se ubicaba cuando se sentó bajo aquel árbol, no le cupo duda alguna
de que había visto en sueños a la princesa volando.
Ya en el palacio Amarzad encontró esperándola a
Noruz, el jefe de la Guardia Real, quien le indicó que sus padres la estaban
aguardando en el salón principal donde estaban atendiendo a una embajada
procedente de la vecina y aliada Najmistán, con la que trataban los modos de
enfrentarse a una nueva invasión de Qanunistán que estaban preparando otros
tres países vecinos. Pero la princesa no hizo caso y corrió a sus habitaciones,
triste y desolada, por lo que ordenó que nadie la molestara.
Al entrar en su alcoba, se
quedó estupefacta, pues sobre su cama descansaba su vestido blanco del planeta
Kabir, y sobre él se hallaba su corona y su collar, despidiendo los tres tales
intensos brillos que inundaban la estancia por completo. «¡Oh! Entonces ¡todo
era verdad!», exclamó desde lo más profundo de su corazón y llena de felicidad,
apresurándose hacia la entrada de sus habitaciones para cerrarla con llave.
Amarzad se echó sobre el vestido sintiéndose inmensamente feliz, no por el
valor material de estos inapreciables regalos, sino por haberse cerciorado de
que todo lo que vivió era realidad y formaba parte inolvidable de su vida, y
por saber que sus padres y su país tendrían, a partir de ese momento en el que
se enfrentaban al peligro de una nueva invasión, el apoyo ilimitado de su
amigo, el mago Flor. Ella aún no acababa de concebir sus propios poderes.
Llegada a este punto de sus pensamientos, recordó la
sortija, y allí estaba, en el dedo índice de su mano derecha. No entendió por
qué no la había encontrado antes y dio las gracias a Dios repetidamente
mientras la acariciaba recordando a su gran amigo, por quien ya sentía el mismo
amor que por sus padres.
De repente, delante de ella, se plantó el mago Flor,
alegre y sonriente como siempre y ella no pudo más que saltar hacia él y
colgarse de su cuello exclamando:
—¡Mago Flor!, amigo mío ¿Dónde estabas?
Él la
recibió con el mismo cariño, dándole un fuerte abrazo:
—¡Hija mía! —exclamó feliz—. En cuanto acariciaste
la sortija me presenté al instante, como te lo explicó Xanzax. ¿Te acuerdas?
Aunque en ese momento tú estabas muy ocupada observándome a través de la esfera
de la sortija.
Ambos ya se trataban de tú, sintiéndose tan cercanos
y tan ligados el uno al otro, lo mismo que un padre y su hija.
—¿Y por qué no estuviste a mi lado cuando me
desperté en la pradera? —preguntó ella aparentando estar enfadada.
—Estuve a tu lado en todo momento hasta que entraste
en esta habitación. Pero tenía que respetar las reglas establecidas por Xanzax,
que había que aplicar desde el momento de pisar suelo en nuestro planeta.
—Menos mal que no tardaste más en manifestarte, es
que no sé qué hacer ahora —dijo ella alegre, pero confusa—. Siento como si toda
mi vida ha cambiado. Me siento como si fuera otra persona, perpleja.
—Es lógico y normal, ya te lo
dije antes de emprender el viaje de regreso de Kabir —dijo el gran mago,
queriendo tranquilizar a su amiga—. Nadie viaja a otro planeta tan lejano y
regresa a Tierra siendo el mismo, máxime en tu caso, que estuviste en compañía
de los más importantes magos de nuestra galaxia. No sé si en sistemas
planetarios mucho más lejanos existen magos mejores que nosotros —dijo eso
último con amplia sonrisa.
—¿Por qué no
podía ver la sortija cuando me desperté en la pradera? —soltó ella, pues la
pregunta bullía en su cabeza y no la dejaba en paz desde que llegó al palacio y
vio todos los regalos, incluida la sortija. La urgía saber la respuesta.
Ante esta pregunta, el mago
Flor no pudo contener la risa y, sacudiendo la cabeza echó una mirada cariñosa
a la niña cómo diciendo: «¿Ves? Por fin has hecho la pregunta».
—Esperaba que me hicieras esa
pregunta —dijo—. La respuesta es sencilla. Todos estos regalos debían iniciar su
existencia ante tus ojos, hija, en nuestro planeta, al mismo instante. Ese
instante fue el de tu entrada en esta estancia. La razón de ello sería muy
complicada y muy larga de explicar, pero basta ahora con decir que todos estos
regalos están entrelazados, fuertemente ligados e interdependientes.
—Ah, ya, entiendo —se limitó a decir Amarzad,
bastante perpleja aún.
Iba a hacer una nueva pregunta al respecto cuando
llamaron a la puerta y el mago Flor le dijo que abriera con toda normalidad, ya
que nadie le iba a ver a él ni a ninguno de los regalos, a pesar de que estaban
todos allí, bien a la vista. Al abrir la puerta, Amarzad encontró a una de las
doncellas al servicio de la sultana que venía a buscarla para que la acompañara
a ver a sus padres y a sus huéspedes. El mago Flor la susurró al oído:
—Dile que se vaya y que irás a
ver a tus padres en unos momentos.
Amarzad dio esa orden a la
doncella y cerró la puerta.
—Mira hija —dijo el mago Flor
cariñosamente—, a partir de ahora tu vida ha cambiado diametralmente, ya no
eres la niña que fuiste ayer, aunque tengas la misma apariencia, pues posees
ahora mucho más juicio, cordura e inteligencia. Pero, aun así, permíteme que te
diga los pasos a seguir para iniciar tu nueva vida.
—Por favor, necesito que me lo digas —dijo Amarzad
como desesperada.
—Lo primero que has de hacer es ir a ver a tus
padres y a sus huéspedes con toda normalidad.
—¿No les cuento lo que hemos vivido en las últimas
horas?
—Hija, ¿Quién va a creer que estuviste visitando
otro planeta? Sería inútil que se lo contaras, empezarían a dudar de tu
equilibrio mental.
—¿Y todos estos regalos? ¿Cómo
puedo justificar su existencia?
—Nadie los
va a ver nunca. De eso no debes preocuparte.
—¿Cuándo puedo hacer uso de ellos?
—Tampoco te preocupes por esto. Ya sabrás en el
futuro no lejano para qué te van a servir todos estos regalos. Yo me encargaré
de ello. Sin embargo, debes de llevártelos puestos ya, antes de salir de esta
habitación.
Y así fue. El mago Flor
pronunció unas palabras que Amarzad no comprendió pero vio, maravillada, como
la corona y el collar se elevaban hasta ir a colocarse, ellos solos, sobre su
cabeza y alrededor de su cuello, mientras, el vestido flotaba por la habitación
y luego desaparecía de repente. La princesa no entendía nada al ver desaparecer
el vestido, por lo que miró a su amigo, muy extrañada.
—Ya lo
tienes puesto, princesa —dijo el gran mago, riéndose.
—¿¡Cómo!?
—Este vestido no te lo podrás quitar nunca más, y no
te va a suponer ningún impedimento para que lleves encima de él cualquier otra
prenda. Cuando necesites utilizarlo, volando, lo podrás manejar con tu mente
fácilmente y al instante. Sí, hija, podrás volar con este vestido exactamente
tal como lo piensas y lo deseas.
Amarzad,
boquiabierta mirando al mago Flor, se sentía muy gratamente sorprendida, y
miraba el vestido maravillada.
—Pero el vestido era mucho más amplio cuando lo
llevaba en el planeta Kabir. ¿Qué ha pasado?
El mago Flor la cogió de ambos hombros, mirándola a
los ojos:
—Este vestido, princesa, junto a la sortija, la
corona y el collar, ya son las joyas más preciadas que existen en este planeta,
sus poderes son múltiples e increíbles. Lo irás comprobando, hija. En cuanto al
tamaño o extensión del vestido, en realidad, no los tiene, a la vez que los
tiene ilimitados, será siempre tal y como manda tu mente y según tus
necesidades.
—De acuerdo —pudo balbucir la niña.
—Tus padres te están esperando, no les hagas esperar
más. No temas nada, hija, pues todos allí dentro estarán a tu disposición —dijo
el mago Flor antes de desaparecer repentinamente.
Amarzad corrió a su enorme armario para elegir la ropa que se iba a
poner, sabiendo ya lo que buscaba, pero al buscarla no la encontraba, hasta que
se dio cuenta de que ya la llevaba puesta, sin que ella lo hubiera hecho. Se
quedó un rato pensativa y mirándose en el espejo, incrédula, pues llevaba
exactamente las piezas de ropa que quería ponerse. «Pero ¿Cómo?», pensó.
Finalmente, sonrió complacida, alzó la cabeza, abrió la puerta y se lanzó hacia
el salón principal.