AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS
Saïd Alami
En entregas semanales
(Entrega 17)
9 junio 2022
...Ambos
se habían dado perfecta cuenta tanto de la turbación que sintieron Amarzad y
Burhanuddin cuando se miraron, como del rubor que se apoderó de sus rostros en
aquellos instantes.
Cuando el sultán ordenó retirarse a los dos
caballeros destituidos, de repente todo el salón quedó envuelto en total
oscuridad, a pesar de que era aún de día y sin que hubiera en el cielo una sola
nube. Se oyeron gritos espeluznantes y tenues bisbiseos como venidos de
ultratumba, y nadie podía ver absolutamente nada, salvo el mago Flor que
enseguida comprobó que las sombras intentaban sin éxito agredir a sus
protegidos sin poder alcanzarlos, y cuanto más lo intentaban, más chillaban de
rabia ante su fracaso o lanzaban aquellos horrendos bisbiseos para amedrentar a
sus víctimas con las que, aunque estaban aparentemente a su alcance, no podían
entablar contacto físico. El mago Flor pensó que tal vez esas sombras estaban
siendo manejadas por los brujos de Kataziah y que estos podían estar viendo en
aquellos momentos lo que estaba sucediendo en aquel salón. Mientras, los dos
caballeros destituidos, de quienes las sombras no se habían despegado ni un
instante, eran transportados en volandas por el aire al exterior del salón a
través de las paredes. Al ver el mago Flor aquella escena, comprendió cómo
pudieron acceder al interior del palacio los dos hombres que intentaron
apuñalar al sultán, con lo que los brujos, pensó, podían volver a utilizar este
mismo recurso para llevar al interior de palacio a otros asesinos enviados por
el rey Qadir Khan. Inmediatamente, el gran mago provocó una corriente de aire
muy caliente en el salón, que no afectaba en nada a los humanos, pero hacía
esfumarse a las sombras, desintegrándolas.
Acto
seguido, el mago Flor estableció un escudo protector invisible alrededor de
todo el palacio y de sus jardines que solo podría ser franqueado si las
personas que pretendían salir o entrar en el palacio pensaban en una contraseña
sin pronunciarla: «Kabir». El mago Flor le dijo a Amarzad que comunicase al
sultán que ella había soñado que un escudo protector los protegía a ellos y a
todo el recinto del palacio, así como la contraseña para franquearlo, y que
nadie podía salir ni entrar del recinto palaciego hasta una nueva orden, salvo
pensando en la contraseña.
—La
contraseña solo debéis saberla tú, tus padres, el príncipe Nizamuddin, el gran
visir y Burhanuddin, nadie más. De llegar a conocerla más gente, la contraseña
dejaría de funcionar —le dijo el mago a la princesa.
También
le pidió que tranquilizara a sus padres y a los demás en todo momento y que
frotara su sortija en caso de peligro. Le dijo que volvía enseguida, mientras
se echaba a volar en persecución de las dos sombras, pues tal vez le condujeran
al escondite de los brujos.
Los
caballeros secuestrados por las sombras gritaban fuera de sí de pánico al verse
volar tan alto, llamando poderosamente la atención de sus compañeros, los
guardias reales, que rodeaban el palacio y que quedaron atónitos y
boquiabiertos viendo a sus compañeros por los aires, sin percibir que eran
llevados por sendas sombras ni tampoco que eran perseguidos por el mago Flor.
Al
esfumarse las sombras por la acción del mago Flor, la luz solar volvió a
inundar el salón. Todos, presos del pánico, unos más que otros, se miraban
entre ellos para comprobar que se encontraban bien, sin entender absolutamente
nada de lo que había pasado ni a qué se debía aquella oscuridad repentina ni
tantos gritos y susurros espantosos. Nuriddin y todos los presentes se interesaron
por el estado de Amarzad y la sultana, quedándose sorprendidos al ver tan
entera y tranquila a la princesa, lo contrario que su madre, hacia quien se
dirigieron todos para tranquilizarla.
Burhanuddin
Pachá se dio cuenta de la desaparición de los dos caballeros, por lo que pidió
permiso al sultán para salir a localizar a los desaparecidos.
Mientras
el nuevo jefe de la Guardia Real salía del salón decididamente y con la cabeza
alta, los demás se interesaban los unos por los otros. El sultán tuvo que
sentarse, apoyando la frente en la palma de su mano derecha, muy pensativo, lo
que hizo que se acercaran a él su esposa, que intentaba serenarse, y su hija,
quienes se sentaron junto a él, acompañados por Nizamuddin y el gran visir.
Todos permanecieron en silencio, estaban aturdidos.
Amarzad
habló con toda naturalidad como si estuviera hablando de algo que ocurre todos
los días:
—Algo raro ha sucedido en medio de la oscuridad
—dijo ella—, pues me quedé como dormida y soñé que el palacio estaba ya protegido
por un escudo protector invisible y que para franquearlo hay que pensar en una
contraseña la cual deben conocer solo seis personas.
Los
presentes la miraban como temiendo que hubiera resultado afectada emocional y
mentalmente a consecuencia del episodio incomprensible que acababan de vivir, y
por aquellos gritos y susurros espeluznantes, pues desde el principio se habían
extrañado mucho de la entereza de la que hacía gala tras aquel horror, cuando
todos ellos estaban con las rodillas temblando.
—Ya
veo que no me creéis —dijo ella sonriendo angelicalmente.
En
ese momento regresaba Burhanuddin, poniéndose junto a ellos, visiblemente
serio, pero intentando calmarse.
—Majestad
—exclamó el joven pachá—, los guardias reales están muy alborotados.
—¿Por
qué? —preguntó el sultán extrañado—. Si ellos no vieron lo que ocurrió dentro
de este salón.
—Es porque vieron a los dos caballeros destituidos
volar por los aires chillando como poseídos por el demonio.
El sultán, que seguía sentado, se puso de pie de un
golpe.
—¿Cómo? ¿Qué estás diciendo, Burhanuddin Pachá?
—exclamó el monarca, mientras la sultana y los demás se quedaban con la boca
abierta, pues no daban abasto entre tantos fenómenos inexplicables. Amarzad, en
cambio, permanecía imperturbable.
—Pero hay más, majestad —volvió a
exclamar Burhanuddin.
—¿Más?
¿Más qué? —dijo Nuriddin intentando mantenerse tranquilo ante tal cúmulo de
acontecimientos, a cada cual más extraño, que estaban ocurriendo en su propio
palacio.
—Majestad,
algunos caballeros de la Guardia Real intentaron perseguir a sus compañeros
voladores —respondió Burhanuddin—, pero fue imposible, majestad, pues al llegar
unos corriendo y otros a caballo a la puerta exterior, pasados los jardines,
chocaron de bruces con algo invisible y de gran dureza que les impedía seguir
su carrera. Intentaron salir a través de otros puntos alrededor de los
jardines, saltando el muro, pero tampoco podían, siempre se topaban con ese
algo, invisible y tan duro, que les impedía proseguir. Están presos de pánico y
muy agitados.
El
sultán miró a su hija, extrañadísimo.
—¡El
escudo protector invisible! —dijo el sultán pausadamente, mirando a su hija,
con estupefacción, al igual que los demás, mientras Burhanuddin no sabía por
qué la contemplaban de aquel modo, tan extrañados.
En
voz baja, el gran visir explicó al joven pachá que Amarzad les había dicho,
momentos antes de entrar él, que había soñado que un escudo protector protegía
al palacio. El joven quedó pasmado.
Todos
miraban en silencio a la princesa, como intentando indagar un misterio que
sospechaban que encerraba esa jovencita quien en aquellos instantes los miraba
tranquila, como no viendo motivo para tanta expectación.
—Os
lo había dicho, majestades —dijo la princesa tranquilamente, dirigiéndose a sus
padres y luego a los demás.
—¡Pero...,
pero…! —balbucía Shahinaz, entre admirada y patidifusa, mirando a su hija que
estaba junto a ella.
—Pero
¿qué, mamá? ¿Es que no puedo soñar? Algunos sueños a veces resultan ser
realidad al despertarse una.
En
realidad, Amarzad se sentía muy satisfecha por cómo habían transcurrido los
acontecimientos aquella tarde, y muy contenta de haber tenido la determinante
ayuda del mago Flor, sin la cual aquella noche podía haber terminado en una
tragedia para toda su familia. El sultán, en cambio, no deseaba entrar en
discusiones bizantinas con su hija, pues, para él, si ella tenía oculto algún
misterio era obvio que no se lo iba a desvelar a nadie y si, además este
misterio les beneficiaba tanto a ellos como al sultanato, bienvenido era.
—Bueno,
hija —dijo el sultán, tranquilo—, habías dicho que había una contraseña para
franquear ese escudo, según contaste de tu sueño.
—Sí
papá. La hay.
—¿Y
tú la conoces, hija? —preguntó el monarca encarecidamente, porque de no tener modo
de franquear ese escudo querrá decir que se habían quedado todos encerrados en
el palacio.
—Sí, me fue desvelada en el sueño. Es la palabra
«Kabir» —dijo esto último susurrándoselo al oído.
—¿Kabir? —murmuró el monarca mirando a Amarzad,
extrañado.
—Sí
—respondió ella—, y según mi sueño, solo deben conocer esta palabra las seis
personas que estamos aquí. Nadie más —recalcó la princesa—. Y también sé por mi
sueño —agregó en voz alta mientras todos estaban pendientes de ella— que no hay
que pronunciar la palabra, solo hay que pensar en ella, nada más. Así se evita
que la escuchen otros. Si la contraseña es conocida por más de seis personas,
dejará de funcionar —esa última frase la pronunció Amarzad muy seria.
—Si
me permite, majestad, voy a comprobar eso de la contraseña —dijo Burhanuddin.
El
sultán le hizo un gesto permitiéndole salir, tras susurrarle la contraseña al
oído.
—¿Y
hasta cuándo vamos a tener este escudo, alteza? —preguntó Muhammad Pachá a
Amarzad, preocupado.
—Eso
no lo vi en el sueño. Pero seguro que no será para siempre, y si fuera así,
¿qué problema supone esto? si el escudo protector nos protege a todos de
acontecimientos tan desgraciados como los que hemos sufrido esta tarde —dijo la
niña, con aplomo, ante la mirada atónita de todos, especialmente de su madre,
quien observaba a su hija como si la estuviera viendo por primera vez en su
vida.
Capítulo 11. Nueva embajada
El
mago Flor perseguía a distancia a las dos sombras que portaban a Noruz y Hakim.
Podría capturarlos en cuanto quisiera, pero necesitaba que estos lo llevaran al
escondite de los brujos de Kataziah. Ambos caballeros, a los que separaba una
mínima distancia, no dejaban de gritar, unas veces pidiendo socorro y otras
maldiciendo su suerte y aquel día nefasto para ellos. No entendían lo que les
pasaba, pues no veían a las sombras ni a nada que los transportara por el aire,
lo cual incrementaba su pavor.
Mientras tanto, Kataziah,
Jasiazadeh y otros destacados brujos de la maldad se encontraban dentro de la
cueva, sopesando el resultado de su primer ataque contra el sultán. Ninguno de
ellos había detectado, en ningún momento, la presencia del mago Flor en el
Palacio Real, pero cuando se percataron de que las sombras no podían alcanzar
sus objetivos, y cuando estas fueron destruidas, entendieron que se trataba del
gran mago. Entonces, inmediatamente enviaron a nuevas sombras para seguir con
su intento de asesinar a los que se encontraban en el salón. Cuando estas chocaron
con el escudo protector invisible e infranqueable, Kataziah y Jasiazadeh se
pusieron histéricas de rabia, pues veían que sus planes al servicio de Qadir
Khan se estaban frustrando. Y, por supuesto, temían que su posición en la corte
del rey de Rujistán se tambaleara y se malograra. Qadir Khan había prometido a
Jasiazadeh y demás brujos grandes recompensas si le ayudaban a conquistar Qanunistán
sin guerra, para entregarla a su hija Gayatari y su marido Bahman. Kataziah y
los demás brujos congregados en su cueva estaban muy por la labor de ayudar a
Jasiazadeh en su objetivo contra Nuriddin y su familia, igual que la bruja de
Rujistán estaba muy por la labor de ayudar en todo lo que pudiese a Kataziah
para acabar con el mago Flor.
La intuición del mago Flor no le fallaba nunca y,
efectivamente, las dos sombras se dirigían con los caballeros secuestrados
hacia el escondite de los brujos, en las afueras de Dahab, con el fin de
manipularlos mediante hechizos y convertirlos en enemigos mortales de Nuriddin.
Se trataba de brujos con grandes dotes para cumplir con esa clase de aciagos
menesteres, implantando un arrasador odio o un torrencial amor que se
apoderaban de las mentes de sus víctimas, pero no de sus corazones, a los que
insensibilizaban, con lo que supone esto de ofuscación de la mente y de dejar
paupérrimo al corazón.
Sin
embargo, el fracaso de esa primera intentona de asesinar a Nuriddin en su
propia casa, gracias a la presencia del gran mago, provocó que tanto Kataziah
como Jasiazadeh plantearan pasar a un plan alternativo que habían establecido
previamente para semejante situación.
Ya
se ponía el sol cuando el brujo que montaba guardia fuera de la cueva vio muy
de lejos al mago Flor persiguiendo a las sombras que regresaban a la cueva,
alertando de inmediato a Kataziah que se encontraban dentro de la gruta con
otros brujos. Esta, aterrada de la proximidad del mago Flor al lugar, ordenó a
los dos brujos que habían creado ambas sombras destruirlas al instante, aunque
ello provocara la muerte de los rehenes.
El
mago Flor, que avistaba a las sombras y rehenes volando en el horizonte
enrojecido, de repente vio cómo estas desaparecían lo que provocó que los
rehenes se precipitasen al vacío, por lo que aceleró instantáneamente su vuelo
rescatando en el aire a ambos hombres que estaban inconscientes.
Continuará