AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS <p> Entrega 59

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AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS

Entrega 59


 AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS 

Saïd Alami

En entregas semanales 


Entrega 59  (3 agosto 2023)

…Mientras tanto, Shahlal intentaba desesperadamente reequilibrar la balanza de la batalla que empezaba a inclinarse con rotundidad hacia el lado sindistaní, máxime cuando las tropas de Akbar Khan se sintieron golpeadas directamente en su moral al verse atacadas por sus aliados.

Poco después, el príncipe Sarwan tomaba el mando del ejército sindistaní, y muy enfurecido al enterarse de la muerte de su hermano, Radi Shah, y de su sobrino, Feruz, arremetió junto con miles de sus caballeros por una parte, y su primo, Razin, y sus tropas, por la otra, apoyado este por el príncipe Qandar y su destacamento venido de Rujistán, en sendos ataques, despiadadamente, el primero contra el flanco derecho del ejército invasor, encabezado por el caudillo Farah Mirza, y el segundo contra el flanco izquierdo enemigo, acaudillado por Furqan Agha. Ambos primos se dirigieron al galope, seguidos por sus tropas, directamente contra ambos caudillos enemigos, que no tardaron en caer rodando de sus monturas bajo los golpes de los alfanjes de los dos príncipes, mientras la balanza del combate se inclinaba con fuerza del lado sindistaní, y Sarwan, Ayub y Razin veían como se dispersaban ante ellos las tropas invasoras, en una huida caótica, dejando tras de sí un inmenso campo de batalla cubierto de cadáveres y heridos.

Todo había acabado, con las huestes de Najmistán huyendo diezmadas hacia sus propias fronteras, y con las huestes de Sarwan, Ayub y Razin pisándoles los talones y causándoles gran número de bajas. En las manos de los sindistaníes quedaba un elevado número de prisioneros najmistaníes.

Así las cosas, ambos ejércitos habían sufrido fuertes y muy dolorosas pérdidas, especialmente los invasores, en una batalla muy cruenta que había sido provocada por la sinrazón de un monarca invasor que se aprovechaba de unas circunstancias puntuales para agredir e invadir a un país vecino, al que le ataban fuertes y arraigados lazos de amistad, y todo porque ese monarca se había sentido ofendido por el trato que le brindó el rey vecino, que rechazó retirarse de la alianza tripartita contra Qanunistán.

Con esta catastrófica derrota, el ejército de Najmistán quedaba, a todas luces, fuera de combate e imposibilitado para participar en la inminente guerra tripartita contra su aliado, Qanunistán.

Del sultán Akbar Khan nunca más se supo, por más que le buscaron entre los cadáveres y heridos los hombres de Ayub, y por más que se afanaron por localizarle las huestes sindistaníes por los alrededores de Sundos y por las zonas aledañas.

Al mago Flor y a Amarzad les entristeció el resultado de la guerra en Sindistán, aunque nunca vieron con buenos ojos la invasión de aquel país por Akbar Khan. Ambos decidieron no informar de inmediato a Nuriddin de lo acontecido en el país vecino, para no propinarle con esta noticia un duro golpe, pues Akbar Khan era el único aliado que tenía el sultán y en él tenía puestas sus esperanzas frente a los tres ejércitos que se disponían a lanzarse sobre su país.

Capítulo 45                                     Burhanuddin y Torán


La expedición del ejército de Qanunistán, bajo el mando de Burhanuddin, había abandonado Dahab hacía dos días. El príncipe najmistaní, Torán, que en todo momento marchaba a la cabeza de la columna militar, engalanado como si fuera a una boda real, al lado del joven pachá, tenía más claro que nunca que no había más que una solución de dos, o convertía a Burhanuddin en su amigo íntimo o urdía su asesinato. Aun así, desde que iniciaron la marcha, Torán dejó claro al joven caudillo que sus caballeros y soldados solo recibirían órdenes de él en persona. El pachá, cuerdo y sensato, lo aceptó para evitar encontronazos innecesarios y discusiones estériles, a lo largo de la marcha que había de durar unos días. «Y una vez entregada la jefatura de estas tropas al príncipe Nizamuddin, en la zona fronteriza, entonces será él quien discuta ese asunto con este príncipe tan engreído», pensaba Burhanuddin.

Ambos jóvenes, que cabalgaban a la par, con poca distancia entre ellos, eran parcos en palabras. Murad Thakur y Shakur, que sobre sus monturas marchaban el uno al lado del otro, inmediatamente detrás de sus correspondientes superiores, los observaban de cerca. Tanto el viejo Murad Thakur como el joven Shakur percibían en todo momento la tensión dominante entre los dos caudillos jóvenes, y ambos se miraban a su vez con algo de recelo y precaución.

Una idea se le ocurrió a Torán, cuyo objetivo era alejar a Burhanuddin definitivamente de Dahab y de Amarzad.

—Tengo una proposición que hacerle, amigo mío, Burhanuddin Pachá —dijo Torán de súbito mientras un sol suave amanecía sobre los campos por detrás de unas montañas, bañando con su luz vistosas campiñas.

Burhanuddin le dirigió una mirada de extrañeza y de sorpresa a la vez.

—¿Una proposición, alteza?

A Torán no le gustó aquella mirada que le había dirigido su compañero de marcha, ni la manera con que le hizo aquella pregunta, pues ambas cosas le sonaban a sorna. Sin embargo, mantuvo el tipo, permaneciendo con el tronco bien estirado y la cabeza bien alta.

—Sí, una proposición, como suele ocurrir entre hombres de categoría, como lo somos su excelencia y yo —dijo altivo y mirando a su interlocutor de reojo, devolviendo así aquella clase de mirada que había recibido antes.

Burhanuddin se quedó callado, girando el tronco para mirar detrás tanto a Murad Thakur como a Shakur, cerciorándose así de que ambos prestaban oído a la conversación que mantenían sus jefes.

Al permanecer el joven caudillo en silencio, sin perder aquella mirada de extrañeza al volverse la vista fugazmente hacia Torán, en medio de la dura marcha, este último volvió a hablar:

—Mirad, excelencia, ambos somos jóvenes aún y ambos somos muy ambiciosos. Como ya es sabido, mi padre conquistó Sindistán, y pronto me llamará para convertirme en rey de ese vasto y rico país.

Desde su montura, Torán se dio cuenta al instante, o así le pareció, que a Burhanuddin se le estaba desencajando el rostro, disgustado por lo que acababa de oír. Solo le faltaba oír que ese príncipe salido de la nada para disputarle el amor de Amarzad estaba a punto de convertirse en rey.

—Yo, como me expresé públicamente en la fiesta del homenaje a la embajada vuestra a su regreso de Nimristán, estoy enterado de vuestra gran valía en distintos aspectos —continuó diciendo el príncipe, de forma altisonante, estirando el cuello e inclinando la cara hacia el lado opuesto al de su interlocutor, dándose así aires de grandeza, que provocaban fuerte rechazo hacia él por parte de Burhanuddin—. Y caballeros como su excelencia —prosiguió— interesan primordialmente a los reyes para convertirlos en sus lugartenientes y allegados en quienes depositar su confianza en las más altas esferas del reino.

—Muchas gracias, alteza, por sus amables palabras         —musitó Burhanuddin con voz apenas audible al percatarse de que el príncipe se había callado a la espera de que él dijera algo al respecto.

Al joven pachá no se le escapó que Torán evitaba mencionar a Amarzad, en cuyo honor y especialmente en homenaje a ella se había celebrado aquella fiesta.

Al darse cuenta Torán de la frialdad de aquella respuesta, casi se echa atrás y desiste de terminar lo que había empezado a declarar acerca de sus intenciones. Sin embargo, pensó que la respuesta del joven pachá podía deberse a su deseo de que este asunto se tratara con discreción, por lo que arrimó su caballo al de su compañero de marcha, hasta casi rozarse los estribos de ambas monturas, mientras Burhanuddin le miraba, extrañado, al ver su maniobra. Era evidente que Torán quería evitar ser escuchado salvo por su interlocutor.

—Burhanuddin Pachá, le propongo uno de los dos cargos más importantes de mi futuro reino: el de jefe de los ejércitos o el de gran visir. Su excelencia decide —le soltó Torán de sopetón al joven caudillo.

La indignación de Burhanuddin al oír aquella propuesta se proyectó en su rostro sin poder evitarlo.

—No le he oído, alteza, hable más alto, por favor          —gritó el joven caudillo.

—Le acabo de proponer ser el jefe supremo de mi ejército o el gran visir en el reino de Sindistán, en cuanto se lleve a cabo mi coronación allí —volvió a decir Torán, con voz más alta.

Burhanuddin, que apenas podía controlar la irritación que sintió al escuchar aquella propuesta, se limitó a girarse y mirar a Shakur, con la esperanza de que este hubiera escuchado lo que el príncipe acababa de proponerle. Shakur, habiendo entendido la intención de la mirada que le dirigió su jefe, sacudió la cabeza en señal de afirmación, mientras, Murad Thakur se había dado perfecta cuenta de la mirada entre ambos caudillos qanunistaníes, lo que le hizo temer lo peor como consecuencia de aquella propuesta que él también había escuchado, dejándole estupefacto. Un silencio profundo se apoderó de los cuatro caudillos que iban a la cabeza de aquella impresionante columna militar, permitiendo solo oír el golpear de los cascos de las monturas, los gritos de los comandantes y el relinchar de los briosos caballos.

Torán seguía esperando la respuesta muy impaciente pero ya empezaba a sentir los golpes de su sangre en las sienes y los fuertes y acelerados latidos de su corazón ante el prolongado silencio de Burhanuddin, que para él no suponía otra cosa que un signo de desprecio. Su enojo iba en aumento a medida que se alargaba el silencio de su adversario. Aun así, y haciendo de tripas corazón, Torán habló intentando desesperadamente controlar su voz que se le escapaba cual desbocado corcel que se lanza a por la distancia que se extiende ante sus ojos queriendo salvarla al instante.

—Bien…, ¿qué me dice su excelencia a la propuesta que acabo de hacerle?

—Ni es momento ni es lugar para semejante conversación, alteza —le increpó Burhanuddin, en voz alta, con autoridad y aplomo, estando al límite de su paciencia, que no era poca.

Torán se quedó pálido ante la impetuosa respuesta de su contrincante, pero enseguida tiró de las riendas de su montura, volviéndose a su lugar de antes, al tiempo que trataba de recomponer su postura, sonrojándole la cara y evitando mirar atrás para que nadie viera su estado de humillación en aquel momento. Burhanuddin, al dirigirse de aquella manera a Torán, a oídos de todos, había dejado claro, diáfanamente, que él era el jefe de aquella expedición. Sin embargo, Torán, que podía haber reaccionado violentamente en aquel momento y no le faltaba arrojo para tal empresa, seguía haciéndose ilusiones acerca del joven pachá, y quiso pensar que en realidad este se había comportado de aquella manera para disimular su interés por su propuesta, y que no quería hablar del tema en presencia de Shakur, que sería un testigo de su «traición» al sultán Nuriddin. Ese pensamiento reconfortaba de alguna manera a Torán que se aferraba a lo que acababa Burhanuddin de decir, que «ni es momento ni es lugar para semejante conversación», frase esta que el príncipe empezaba a interpretar como si el joven pachá quisiera dejar el tema de la propuesta para otro momento. No le quedaba duda a Torán de que su contrincante quería hablar con él, de la propuesta, a solas. El heredero de Najmistán, llegado a esta reflexión, se sintió del todo aliviado del mal trago que le supuso la ofensa que le había dirigido el joven caudillo momentos antes.

Mientras, Burhanuddin le miraba de reojo, extrañado de su falta de reacción y del silencio en el que se había sumido. El pachá empezó a temer lo peor, pero decidió evitar futuros encontronazos con su rival por miedo a provocar enfrentamientos entre sus tropas y las del príncipe najmistaní. De repente, Burhanuddin azuzó a su caballo, girando por completo y lanzándose al galope a inspeccionar la interminable columna de tropas que estaba siendo controlada por una docena de comandantes de rango medio.

Aquella noche, Torán, ya recluido en su pabellón, entregado a sus impetuosos pensamientos, y obsesionado por concluir el asunto aún pendiente con su adversario antes de que la expedición llegara a su destino en la zona fronteriza, había llegado a la determinación de matar a Burhanuddin si este llegara a rechazar finalmente su propuesta, pues consideraba que el pachá era el único obstáculo que se interponía entre él y su sueño de construir todo un imperio, dado que si él no conseguía casarse con Amarzad nunca conseguiría el trono de Qanunistán para unirlo al de Najmistán y Sindistán. Así era el joven príncipe de resuelto y su exacerbada ambición le cargaba de una muy peligrosa imprudencia añadida a su carácter impetuoso, irreflexivo y autoritario por naturaleza.

Así las cosas, Torán encargó a uno de sus hombres vigilar el pabellón del joven caudillo e informarle en el momento en que este se hubiera quedado a solas. Bien entrada la noche, el príncipe fue avisado, e instantes después este se plantaba en la puerta del caudillo qanunistaní pidiendo permiso para entrar.

Burhanuddin, sorprendido por la inesperada visita cuando se disponía a recogerse y descansar, tuvo muy mal presagio, intuyendo que aquella visita no traía nada bueno tratándose de ese príncipe tan obsesivo. Por esa razón, antes de permitirle entrar, el pachá, astuto y prudente, pidió que llamaran a Shakur y Murad Thakur para que, sin ser vistos por el príncipe, observasen y escuchasen la conversación que iba a tener con Torán, además, ordenó a tres de sus hombres hacer lo mismo, pidiéndoles estar pendientes de aquella entrevista sin ser vistos ni percibidos por Torán, y que impidieran en todo momento que Murad Thakur avisase al príncipe de su presencia allí o irrumpir en la estancia donde se iban a reunir. Con ello, el joven pachá quería que hubiera testigos oculares de aquel encuentro, que no le agradaba lo más mínimo, incluido Murad Thakur, conocido por su prudencia e integridad, que no le permitirían nunca levantar falso testimonio.

Hacerle esperar unos momentos ya le había encrespado los nervios a Torán que no toleraba ser tratado de aquella manera por nadie, y mucho menos por quien él consideraba que era de mucho menor rango y alcurnia que él. Burhanuddin, conociéndole lo suficiente y tratando en todo momento evitar choques con él, salió a recibirle con una amplia sonrisa, dándole la bienvenida e invitándole a entrar. Este gesto apaciguó al siempre enervado príncipe que en aquella hora de la noche se encontraba, además, cansado, lo mismo que Burhanuddin.

En los primeros momentos del encuentro, con ambos jóvenes recostados sobre dos enormes almohadones frente a frente, separados por una mesa baja con varias clases de frutas y bebidas, el pachá trataba de ganar tiempo para darles margen a Shakur y Murad Thakur para estar prestos a seguir el desarrollo de la entrevista. Así, cada vez que Torán se disponía a acometer el tema que le había traído hasta allí, entraba uno de los hombres de Burhanuddin para susurrarle algo al oído, o para traer algo de fruta, bebida, tal como les había pedido su jefe que hicieran hasta la llegada de Shakur y Murad Thakur.

Continuará...

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