AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS
Saïd Alami
En entregas semanales
Entrega 55 (14 junio 2023)
......Amarzad sintió cómo se despojaba de una mole que la
aplastaba el pecho, pues nada en el mundo merecería la pena para ella si el
hombre que amaba tuviera la más mínima duda acerca de su amor.
Ella dirigió una mirada de profundo agradecimiento
al mago Flor, que seguía plantado detrás de Burhanuddin.
Antes de separarse, Amarzad le arrancó a su novio la
promesa de seguir tratando a Torán con toda normalidad, «sin dejar que ese
engreído denotase cambio alguno en tu trato hacia él».
Sin embargo, acabado aquel paseo, Burhanuddin tenía
las ideas claras respecto a Torán, pues ya no le cabía duda de que se había
convertido en su enemigo, por lo tanto, cuando recibió la invitación del
príncipe a cenar en su palacete, comunicándole Murad Thakur que el sultán
presidiría aquel banquete, aceptó a regañadientes, pues no podía desairar al
sultán rechazando aquella invitación.
Por su parte, el sultán, al recibir aquella
invitación de boca de Torán, se mostró muy receptivo y cariñoso hacia él,
prometiéndole presidir aquella fiesta que Torán le dijo que organizaba «en
honor a su majestad y en aras de la fraternidad entre los dos ejércitos
aliados». Nuriddin, efectivamente, vio con buenos ojos la iniciativa de Torán
para que los caudillos de su ejército y el de Najmistán tuvieran ocasión de
confraternizar durante la velada.
El banquete fue organizado de la manera más vistosa
y deslumbrante posible, Torán vestía lujosamente, con un jubón y un bombacho a
juego de brocado de color turquesa sobre un fondo rojo oscuro y ribeteado de
gruesos hilos dorados, y un turbante de color ámbar. Sin embargo, ninguno de
sus invitados se atrevía a tanto lujo en sus vestimentas en presencia del
sultán, quien iba ataviado de parecido modo al de Torán, pero con brocado color
lapislázuli sobre fondo marrón y un turbante de color gris.
Ni Torán ni ninguno de sus guardias e invitados
llevaba armas durante el banquete, por orden expresa del propio Burhanuddin, en
su calidad de jefe de la Guardia Real y responsable máximo de la seguridad del
sultán. Solo el joven pachá portaba su alfanje al cinto de entre todos los
invitados, además de tres fornidos guardias reales que constantemente se
erigían a espaldas del sultán. A Torán no le había gustado nada cuando recibió
la orden de Burhanuddin, a través de Noruz, de no permitir que nadie portara armas
durante la cena, pero no tuvo más remedio que acatarla.
El banquete trascurría tranquilamente, con todos los
invitados sentados sobre almohadones alrededor de una gran mesa baja repleta de
manjares variopintos, muchos de ellos pertenecientes a la cocina najmistaní, de
la que Torán no paraba de alabar y ensalzar, invitando a unos y a otros a que
fueran probando eso o lo otro, de guisos y asados. Una pléyade de sirvientes y
mozos atendían a los comensales, trayendo más y más guisos, bebidas refrescantes,
dulces y frutas, en un incesante ir y venir.
Burhanuddin, sentado a la
izquierda del sultán por voluntad expresa del monarca, no perdía de vista a
ninguno de los invitados najmistaníes, pues a casi todos los qanunistaníes los
conocía personalmente. El joven pachá apenas articuló palabra a lo largo del
banquete, lo mismo que Qasem Mir, sentado al otro costado del monarca, que no
podía ver al príncipe Torán ni en pintura, pero que se vio obligado a aceptar
la invitación acatando la voluntad del sultán.
Torán, sentado enfrente del sultán, al otro lado de
la mesa, con Murad Thakur a su derecha y otro destacado caudillo de su tropa a
su izquierda, no paraba de mirar a Burhanuddin, en medio del barullo de los
comensales, sin saber cómo provocar una conversación con él, con el fin de
entablar un primer acercamiento entre ambos.
—Verdaderamente, su majestad ha sabido elegir a su
nuevo jefe de la Guardia Real en la persona del valiente Burhanuddin Pachá —se
sorprendió Torán a sí mismo pronunciando esas palabras de repente, sin haberlas
pensado previamente, dirigiéndose al sultán y mirando condescendiente al joven
pachá con una amplia sonrisa.
Muchos de los presentes se extrañaron al escuchar
las súbitas loas que el príncipe dirigía a Burhanuddin cuando todos sabían del
carácter áspero y altanero del heredero de Akbar Khan, a quien nunca le habían
escuchado antes formular semejantes elogios a nadie, por más que le hubiera
caído bien o le hubiera prestado un gran servicio. Hasta el mismo sultán no
daba crédito a lo que oía de boca del aquel príncipe hosco, al que todos sus
caudillos detestaban. El sultán giró la cara y miró al joven pachá, sonriendo,
encontrando a este totalmente aturdido y sonrojado ante aquel panegírico
inesperado de su más enconado rival.
A Burhanuddin le pilló muy desprevenido aquella
iniciativa de Torán, ante la cual no pudo más que inclinar un poco la cabeza,
mirando al príncipe en señal de agradecimiento, y luego al sultán, que le hacía
en aquel instante una mueca para que respondiera amablemente a Torán.
—Conviene que le correspondas
como es debido, en aras del hermanamiento entre nuestros ejércitos, que para
eso estamos aquí —murmuró Nuriddin con una ligera inclinación hacia el oído del
joven pachá, poniéndole a este en una difícil tesitura, pues era parco en
palabras, por naturaleza.
El pachá no tuvo más remedio que hablar:
—Agradezco mucho las palabras de su alteza, príncipe
Torán, heredero del trono de Najmistán. Todos aquí celebramos su presencia
entre nosotros junto a sus valientes caudillos y caballeros —dijo
atropelladamente, dirigiéndose al príncipe y a todos los presentes e intentando
forzar una sonrisa sobre sus labios.
El sultán se mostró complacido ante la actitud de
Burhanuddin, a sabiendas de cuánto detestaba este al príncipe extranjero, a la
vez que percibía que algo escondía Torán detrás de su iniciativa tan afable y
tan respetuosa hacia el joven pachá cuando le constaba que entre ambos no había
relación amistosa alguna.
Por su parte, Torán pensó que había hecho lo mejor
de cara a conducir lo más pacíficamente posible la complicada situación en la
que se encontraba metido y que para él no podía tener otro desenlace que el de
desposarse con la princesa Amarzad. Pensaba, ajeno al banquete por unos
momentos, que ya encontraría la manera de comprar a Burhanuddin para que se
alejase de Amarzad, y si no lograba tal propósito, no le faltarían planes para
embaucar al joven pachá, quien le parecía algo ingenuo.
Aún con el convite en marcha,
inesperadamente, un mensajero venido de la frontera con Rujistán pedía ver
urgentemente al sultán, quien lo recibió a solas, en una sala adyacente. El
mensajero informó al rey de que grandes contingentes de tropas rujistaníes se
habían posicionado cerca de la frontera y que el príncipe Nizamuddin pedía refuerzos.
El sultán regresó al banquete, donde todos estaban
pendientes de saber qué nuevas traía aquel emisario de Nizamuddin.
—¡Altezas, excelencias, caballeros! —exclamó
Nuriddin en voz alta, con claros signos de preocupación, dirigiéndose a todos
los presentes—. Me acaban de informar de que la invasión parece ya inminente,
con nuevas y grandes tropas de Rujistán posicionadas en nuestra frontera. Damos
por terminado este generoso convite del príncipe Torán y que todo el mundo
vuelva a su puesto de trabajo a esperar órdenes nuestras.
A la mañana siguiente, el sultán Nuriddin presidió una reunión con sus más
destacados caudillos y nobles, encabezados por Muhammad Pachá, su gran visir, y
Qasem Mir, jefe del ejército, y con la participación, por expresa invitación
del monarca, de Burhanuddin. La presencia del joven pachá en la reunión llamó
poderosamente la atención y la extrañeza de algunos participantes en la misma.
En la reunión, el sultán comunicó a los presentes
que la boda de su primo Bahman con la hija de Qadir Khan aún no se había
celebrado, según sus últimas noticias, y que el ataque de las tropas de
Rujistán no se produciría hasta después de celebrada la boda.
El sultán, tras escuchar atentamente las
sugerencias, propuestas, y opiniones de cada uno de los reunidos, tomó la
decisión de enviar un nuevo y gran ejército a la zona fronteriza con Rujistán
para afianzar las posiciones del príncipe Nizamuddin, encargándose este
posteriormente de posicionar este nuevo ejército según su criterio. También se
tomó en la reunión la decisión de nombrar a Burhanuddin comandante de este
ejército para ponerse a su llegada a la frontera a las órdenes de Nizamuddin.
Nadie puso objeción alguna al nombramiento del joven pachá para tan destacado
puesto, pues la mayoría sabía de sus hazañas bélicas. El sultán, además, pidió
al príncipe Torán trasladarse también con su pequeño ejército a la frontera,
junto a Burhanuddin, y ponerse también bajo el mando del príncipe Nizamuddin.
El sultán habló acto seguido del «importante y necesario papel» que espera al
príncipe Torán y a su tropa en el frente sur. Palabras que fueron secundadas
con gran entusiasmo tanto por Muhammad Pachá como por Qasem Mir.
Esa orden no le gustó nada a
Torán, pero en medio de aquella solemne reunión y con todos los participantes
cariacontecidos e imperturbables, y, salvo Burhanuddin, superándole todos en
edad e incluso doblando y triplicando la suya, y habiendo sido aprobadas todas
las decisiones del sultán por unanimidad, incluso la que le afectaba a él, el príncipe
heredero de Najmistán no se atrevió a contrariar al monarca, aunque le hubiera
gustado decir que él había venido de su país para participar en la defensa de
la capital, no en la defensa de las fronteras. La salida de las tropas hacia la
frontera fue fijada para dos días más tarde.
Torán salió de la reunión echando humo. Había
viajado desde su país para estar cerca de Amarzad, conocerla y que ella también
le conociese, para pedir su mano, aunque eso último no lo había concretado aún
con su padre, Akbar Khan, ni con su madre, la sultana Samira.
Al regresar a su residencia, ya
entrada la noche, no paraba de cruzar el amplio salón, casi a zancadas,
cabizbajo, con el ceño fruncido, hablando consigo mismo, maldiciendo su suerte,
acusándose de cobarde al no haberse atrevido a oponerse a la decisión tomada en
la reunión de enviarle a la frontera, y a ni siquiera haber opinado sobre esa
decisión.
Aquella noche, ya en su cama, Torán apenas pudo
conciliar el sueño, lleno de preocupación, pues no había ni siquiera abordado
el objetivo que le había traído a Dahab. Al amanecer, y tras largas horas
sopesando las posibilidades de las que disponía para alcanzarlo, ora con los
ojos cerrados, ora perdida la mirada en el techo, tomó la decisión de no
abandonar Dahab antes de asegurarse de que Amarzad sería para él. «Este asunto
debe quedar zanjado antes de mi partida», se decía algo aliviado, tratando de
convencerse a sí mismo de que esa decisión suya era ineludible, y que sería de
gran cobardía no acometerla. Torán estaba desesperado por salir airoso de esa
encrucijada en la que se había visto envuelto. Lo único que le tranquilizaba de
todo ese enredo del que trataba de salir incólume, sin sentirse herido ni
humillado, era que el rival que le disputaba el corazón de Amarzad, también iba
a abandonar Dahab, aunque sentía un nudo en la garganta cada vez que se
acordaba de que el joven pachá había sido catapultado hacia las esferas más
altas del sultanato al haber sido nombrado comandante del gran ejército que iba
a emprender la marcha hacia la zona fronteriza. Estaba claro que por voluntad
del sultán, Burhanuddin se convertía en el segundo gerifalte en los ejércitos
destacados en la frontera del sur del país, detrás del príncipe Nizamuddin. Eso
le hacía a Torán retorcerse de rabia, pues le parecía que ese puesto le venía
muy grande a un chico casi de su misma edad.
En lo que tocaba a Burhanuddin, su nombramiento le
llenó de satisfacción y de confianza en sí mismo. Sentía que el horizonte de su
futuro con Amarzad se ensanchaba. También se quedó tranquilo al saber que Torán
le iba a acompañar e iba a estar alejado de la princesa.
En cuanto al sultán, cuando hubo regresado a su
palacio comunicó a la sultana la novedad acaecida en la frontera con Rujistán y
su intención de enviar allí a nuevas tropas, cumpliendo así con los planes
concebidos con anterioridad. Shahinaz sabedora de la gran tensión que vivía su
hija a causa de la pesada presencia de Torán en el palacio, casi a diario, ya
le había sugerido a su marido enviar a Torán lejos de Dahab, por su parte el
sultán ya presentía problemas por la presencia de Torán, especialmente tras
aquella conversación que tuvo con su hija, en la que ella le aseguró
tajantemente que no pensaba casarse con el príncipe. Así las cosas, y tras
consultar el asunto con Muhammad Pachá, quien conocía, aunque guardaba el
secreto, la fuerza de la relación que unía a Amarzad con Burhanuddin, el sultán
aprobó de buena gana la propuesta de la sultana. Así, hizo llamar a su
presencia a Qasem Mir y le comunicó su deseo de enviar a Torán a la frontera,
explicándole abiertamente los motivos que le inducían a tomar tal decisión;
encontró inmediato apoyo por parte del jefe del ejército. El sultán encargó a
su gran visir comunicar la decisión sobre Torán a los principales caudillos y
nobles que iban a participar en la reunión que cuando empezó, a la mañana
siguiente, el asunto de Torán estaba zanjado de antemano en las más altas
esferas del poder.
Al día siguiente de la reunión,
Torán hizo de tripas corazón, asimilando el golpe que le supuso la orden
recibida el día anterior, y se presentó en el Palacio Real pidiendo audiencia
privada con el sultán, quien le recibió enseguida al oler de inmediato el
asunto que le traía a su presencia. Nuriddin le atendió muy afablemente, en
presencia de Muhammad Pachá. Al verle dubitativo por la presencia del gran
visir, el sultán le invitó a hablar con toda confianza.
Tras un corto preámbulo, con
algún que otro tartajeo, Torán se atrevió a declarar que estaba allí para
pedirle al sultán la mano de su hija, la princesa Amarzad, alegando que quería
solventar este asunto antes de trasladarse a la frontera, «a luchar por
Qanunistán». El sultán, tras intercambiar una enigmática mirada con su gran
visir, dio su aprobación, tomando a Torán entre sus brazos y recibiendo este la
efusiva felicitación de Muhammad Pachá. Sin embargo, Nuriddin le dijo que esa
aprobación era solo por parte suya y que debía aún preguntar a la propia
Amarzad y a la sultana, quedando Torán citado de nuevo en el Palacio Real
aquella tarde para recibir la respuesta definitiva.
Los acontecimientos venían probando que el sultán
estaba en lo cierto cuando quiso zanjar el asunto del posible noviazgo de
Amarzad y Torán, antes de que el príncipe se presentara a pedir su mano. Así,
cuando esta petición se produjo no lo tomó por sorpresa a Nuriddin, quien la
recibió con suma tranquilidad, cosa que sorprendió a Torán, a la vez que le
causó enorme satisfacción. Sin embargo, esa satisfacción se desvaneció en parte
cuando, por la tarde, el príncipe recibía la respuesta positiva definitiva de
parte del sultán, pero no de la boca de Amarzad ni de su madre, como él
esperaba. Ninguna de las dos se presentó ante él.
CAPÍTULO 43. El pozo
l mago Flor continuamente recibía llamamientos de
personas que le pedían socorro, ayuda de toda clase, incluso para resolver
enconados problemas entre parientes. Los que iban en su busca solían proceder
del mismo Dahab o de otras partes de Qanunistán, pero también de otros reinos,
cercanos o lejanos, ya que su fama traspasaba fronteras. Le pedían ayuda y
socorro gentes humildes y pobres, y poderosos y ricos, ya que nadie, sea de la
raza, religión o condición que sea, desde que el mundo es mundo, se libra de
tener problemas.
En una de esas, una mañana, el
gran mago recibió la visita de un reducido grupo de hombres de apariencia pobre
y humilde, aunque se dio cuenta de que se habían esforzado todo lo que podían
por presentarse ante él con el aspecto más digno posible, con ropa limpia y
bien aseados.
El mago
Flor los recibió con mucha cortesía y generosidad, como era costumbre en él,
máxime cuando se percató desde el principio de que se trataba de personas
buenas y honradas.
—Bienvenidos, buena gente —les dijo amablemente.
—Bien hallado, gran mago de
oriente y occidente —respondió con voz temblorosa y mirándole encarecidamente
el que aparentaba ser el de más edad de entre ellos, que rondaba ya los sesenta
años.
El viejo, que dijo llamarse
Liaqat, le contó que venían de Ashroq, una región en el extremo este del reino
de Qanunistán, a casi dos semanas de marcha, lo que quizás explicaba lo
exhausto que parecía al expresarse verbalmente.
Habib, de pie, a la derecha del mago Flor, invitó al
grupo a acomodarse en los divanes y mandó traerles comida y bebida.
—Díganme, ¿en qué podemos ayudarles? —preguntó el
mago Flor, dirigiéndose a Liaqat.
—Nosotros, en nuestra región, teníamos un
gobernador, un cargo sucesorio, que falleció hace tres meses —contestó el viejo, que a pesar de su
condición humilde demostraba ser ilustrado y educado—. Su hijo mayor y
heredero, Yasin, descendiente de una familia de nobles de varias generaciones,
un joven impetuoso, aunque valiente, se negó rotundamente a ocupar el cargo que
dejó su padre, alegando mil pretextos, lo que provocó enfrentamientos entre sus
otros hermanos y primos, disputándose el cargo, sin que a Yasin le importara
eso lo más mínimo. Hemos enviado emisarios a su majestad, el sultán Nuriddin,
pero nunca recibimos respuesta, ocupado como está, suponemos, en resolver la
situación creada por los enemigos de otros reinos que amenazan el sultanato.
El mago Flor y Habib se miraban
extrañados al escuchar tan asombrosa historia, pues nunca habían oído de un
heredero de un alto cargo que no quisiera tomarlo, todo lo contrario, pues esa
clase de puestos privilegiados solían ser disputados a sangre y fuego, como, de
hecho, ocurría en aquella región oriental del reino.
—¿Cuántos
años tiene ese Yasin? —preguntó el mago Flor.
—Tiene treinta años, más o menos, gran mago.
—¿Y a qué dedicaba su vida antes de la muerte de su
padre? —volvió a preguntar el mago.
Los visitantes se miraron unos a otros, como no
sabiendo qué decir y qué callar.
—Nadie lo sabe —respondió
Liaqat—. Recientemente supimos que desde hacía tiempo se dice de él en la
capital de nuestra región que está en relación con una «jin», una de esas
criaturas del más allá que conviven con nosotros en nuestro mundo, pero sin que
podamos detectarlas, y cuyos poderes son sobrenaturales comparados con los nuestros.
—Sí, sabemos lo que son los jin. Pero puede que solo
se trate de habladurías.
—La verdad, gran mago, es que en nuestra capital no
se habla de otra cosa que de esa relación entre Yasin y la jin, y muchos
testigos corroboran esta historia.
El mago Flor y Habib volvieron
a mirarse, sorprendidos, a pesar de que no era la primera vez que conocían
casos de hombres que tuvieran relación apasionada con una mujer jin, o
viceversa, mujeres humanas en relación con hombres de aquella especie, aunque
este segundo caso era mucho más infrecuente. El gran mago, lo mismo que Habib,
indagaba mentalmente los pensamientos de su interlocutor y sus verdaderas
intenciones, sin hallar nada sospechoso.
—Algunos han visto a Yasin descender al interior de
un profundo pozo, donde nadie se atreve a penetrar, por ser abismal, oscuro y
tenebroso —continuó hablando Liaqat—. En ese pozo, en medio de un desierto
deshabitado situado a un día de marcha de nuestra capital, Yasin solía pasar
muchos días y luego salía del mismo y regresaba al palacio de su padre, siempre
con aspecto sano y reluciente, sin acusar, al parecer, cansancio o tedio
alguno.
El mago Flor veía que el que le hablaba decía la
verdad, pero su extrañeza y la del mago Habib se multiplicó al oír aquellas
últimas palabras.
—¿Me está diciendo que pasa días enteros en el fondo
de un pozo y luego sale a superficie sano y lozano?
—Sí, es así, gran mago. Y eso
lo viene haciendo desde hace varios años, sin que sus padres le hayan llamado
nunca la atención por desatender sus obligaciones y sus responsabilidades en la
gestión del gobierno de su padre, en su calidad de heredero del mismo. Al mismo
tiempo, entre los miembros de la familia de Yasin circulaban toda clase de
historias y fábulas sobre la verdad de lo que pasa en el fondo de aquel pozo,
lo que ha convertido a ese hombre en el centro de habladurías de toda la región
a lo largo de esos años.
—¿Y nadie intentó descender hasta el fondo del pozo,
a ver lo que hay allí? —preguntó Habib.
—Nadie ha sido capaz de hacerlo, aunque muchos lo
han intentado. Es un pozo tan profundo que parece llegar hasta las hondas
entrañas de la tierra —contestó el viejo, seguro de lo que decía—. Todos dicen
que Yasin puede bajar al fondo de aquella sima solo gracias a la ayuda de su
amante.
—¿Y por qué venís vosotros a pedirnos ayuda y no
algún responsable de vuestra capital? —preguntó el mago Flor, respetuosamente—.
Por supuesto que no pretendo en absoluto ofenderos, pero vosotros me parecéis
gentes sencillas del pueblo llano y no es responsabilidad vuestra pretender
salvar la situación por la que pasa el Gobierno de Ashroq.
Los huéspedes se miraron unos a otros como
extrañados de las últimas palabras del mago Flor.
Continuará........