AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS
Saïd Alami
En entregas semanales
(Entrega 25)
15 agosto 2022
Entrega 25
15 agosto 2022
—¿Qué le digo, princesa? Él me rogó encarecidamente
que os hiciera esta pregunta, porque él no se atreve a hacérosla —inquirió
Muhammad Pachá, suavemente, ante el silencio de ella.
—¿Y mis padres? —por fin se
pronunció ella—. ¿Qué les va a decir vuestra excelencia a mis padres sobre todo
esto?
Para el gran visir, la pregunta de Amarzad era una
clara aceptación de la pretensión de Burhanuddin hacia ella, por lo que decidió
responder a su pregunta sin más.
—Si yo creyera por un momento que eres una niña de
catorce años, no habría hablado contigo de este tema ni lo hubiera tomado en
consideración siquiera.
—Vuestra excelencia sabe que mis padres me quieren
casar con el príncipe Torán, hijo del sultán Akbar Khan y la sultana Samira.
Llevan tiempo hablando de ello.
A Muhammad Pachá se le cambió
la cara al oír aquello, pues se le había olvidado por completo ese detalle,
aunque nunca se había acordado formalmente entre los monarcas de Qanunistán y
Najmistán. El tema, para él, no pasaba de ser simples insinuaciones que nunca
llegaron a formalizarse.
—Pero, princesa, eso nunca se ha formalizado ni
siquiera se llegó a hablar con determinación —dijo el pachá, serio,
tranquilizando a Amarzad.
—Mi madre me lo mencionó varias veces, pero yo nunca
dije nada al respecto porque ni siquiera conozco a ese príncipe Torán.
—Bueno, hija, nosotros aquí no
estamos hablando de noviazgo ni de matrimonio. Simplemente que Burhanuddin
Pachá quiere saber si albergas hacia él los mismos sentimientos que él hacia
ti. Lo demás se verá y se solucionará con el tiempo. No hay nada que comunicar
a tus padres de momento, al menos hasta después de acabada la guerra con
nuestros enemigos. Si para entonces seguís pensando lo mismo el joven pachá y
vuestra alteza, entonces será deber de él pedir vuestra mano a sus majestades.
Yo, hasta entonces, conservaré el secreto, como si no supiera nada de este
asunto.
—¿Y por qué Burhanuddin Pachá
no viene él mismo a decirme lo que siente por mí? —de pronto inquirió ella,
algo molesta, como si acabara de darse cuenta de este extremo.
Muhammad Pachá la miró extrañado e intuyendo que la
jovencita estaba debatiendo sus propios pensamientos en voz alta.
—Ya os lo dije, princesa, no se atreve. No es fácil
que un hombre tan joven y sin experiencia se atreva a declararse a la heredera
del trono de Qanunistán cuando no han pasado más que unos días desde que os
conocéis. Sí que es un hombre valiente y un formidable guerrero, pero en el
amor es totalmente inexperto —dijo Muhammad Pachá esto último con una amplia
sonrisa.
Amarzad hizo ademán de levantarse y Muhammad Pachá
se levantó con ella.
—Muhammad Pachá —inició ella mientras ambos se
despedían en el umbral de la pabellón, con Safinaz de pie a unos pasos de
ellos—, le ruego a su excelencia que le diga a Burhanuddin que venga mañana y
que me diga lo que me tiene que decir, pues ya sabe, Muhammad Pachá, cuáles son
mis sentimientos. Eso sí, nadie debe saber una palabra sobre este tema, hasta
que yo decida lo contrario.
Una ancha sonrisa volvió a dibujarse sobre los
labios del gran visir, que parecía muy complacido.
—Descuide vuestra
alteza, sus deseos
serán cumplidos en todo momento.
Cuando el Pachá se había ido, Safinaz corrió hacia
Amarzad. Muchos ojos en la oscuridad estaban vigilando, eran los de la escolta
de Amarzad.
El quinto día de la marcha hacia Nimristán transcurrió tranquilamente. La columna de
jinetes, carros y carruajes iba atravesando valles, ríos, arroyos, bosques,
llanos y tierras fértiles. Burhanuddin evitaba pasar cerca de pueblos o aldeas,
pues procuraba el máximo secretismo en la marcha de su tropa, en primer lugar,
como medida de protección para la princesa y el gran visir que le acompañaban,
y en segundo, por evitar en lo posible que los espías de Qadir Khan se
enteraran del trayecto que seguía su expedición.
Por la noche, Burhanuddin se
presentó fuera de la pabellón de Amarzad, que le estaba esperando. Shakur se
encargó de que la guardia de la princesa se alejara del lugar, aunque
manteniéndose vigilante.
Ambos, Burhanuddin y Amarzad, se quedaron mirando
durante unos instantes.
—¿Te dijo Muhammad Pachá algo? —tuvo que preguntarle
ella ante el silencio de él, aunque sus ojos decían mucho.
—Sí, sí, princesa —se apresuró él a responder, pero
callándose enseguida de nuevo.
—Burhanuddin, te he dicho ya que no me llames
princesa cuando estamos a solas, llámame por mi nombre —le dijo Amarzad
sonriendo cálidamente.
Él respondió a su sonrisa con otra y se acercó más
de ella. Ambos permanecían de pie a un metro de distancia de la pabellón de
Amarzad.
—Te amo, princesa..., digo, Amarzad —balbució
Burhanuddin sonrojándose y mirándola sin saber qué añadir.
Ella volvió a sonreírle como tranquilizándole.
—Yo también, Burhanuddin —le dijo ella con una
mirada dulce que cautivó los ojos, el corazón y la mente de su amado. El pudor
le impidió pronunciar lo que tanto le hubiera gustado decir: «yo también te
amo».
Ninguno de los dos sabía ya qué más decir. Antes de
declararse, solían hablar de muchos temas cuando se veían en idénticas
circunstancias, e incluso paseaban un poco, sin embargo, en aquellos instantes
ambos se seguían mirando, inmóviles. Ni él ni ella tenían la más mínima
experiencia en conversaciones de amor.
Y sin decirse una palabra más,
los dos empezaron a pasear, a paso lento y pausado, pues no había a dónde ir en
aquel paraje perdido, donde ninguno de los dos había puesto sus pies antes. Era
luna llena y los árboles proyectaban sus sombras sobre el suelo, a lo lejos se
oía el rumor del agua de un río que transcurría caudaloso.
Ambos conversaron durante unos momentos acerca de asuntos relacionados con el
viaje que estaban realizando.
—Dime, Burhanuddin —dijo ella de repente,
deteniéndose y haciéndole parar a él—. Si otro pretendiente quiere en el futuro
casarse conmigo, ¿tú qué harías?
Él, sorprendido por la pregunta,
cuyo tema no se le había pasado jamás por la imaginación, no sabía qué
contestar:
—Francamente, no lo sé —pudo decir al rato—. Hasta
que eso no suceda de verdad, no puedo saber lo que yo haría al respecto. Pero
de lo que estoy seguro, Amarzad, es que por tu amor yo daría mi propia vida,
sin pensarlo dos veces.
A Amarzad le gustó mucho la
sinceridad que captó en las palabras de Burhanuddin, su humildad, a la vez que
la soltura que acababa de adquirir al hablar con ella, y que nada tenía que ver
con su inhibición de hacía solo unos minutos. Su impresión era cierta, pues
Burhanuddin había cambiado radicalmente tras haberse cerciorado de que ella le
quería. Empezaba a percibir el amor de Amarzad y eso le hacía sentirse dueño de
la situación y de sí mismo.
Ambos siguieron paseando hasta un árbol frondoso y
cercano, para volver sobre sus pasos hasta llegar al pabellón de Amarzad, y
vuelta atrás hasta el árbol, y así por lo menos durante una hora, adquiriendo
su conversación la fluidez y la soltura que Amarzad deseaba, oyéndose alguna
risa, unas veces de ella, otras de él. Hablaban del viaje, del futuro, tanto el
suyo como el del conflicto que les enfrentaba a Rujistán.
—¿De quién se trata? —inquirió él de repente—.
¿Quién es ese que en el futuro puede pedir tu mano a sus majestades?
Amarzad, sorprendida por la pregunta que escuchaba
cuando ya había creído que Burhanuddin no daba importancia alguna al tema, se
quedó parada en seco, volviéndose hacia él.
—Conque te preocupa el tema —le dijo mientras
ahogaba una risa nerviosa.
—Claro que me preocupa —respondió él suavemente,
algo triste—. ¿Y eso te provoca risa?
—En absoluto. Lo que pasa es que me río de la
sorpresa que me diste con esta pregunta. No me la esperaba tan de sopetón.
—Bien, y ¿quién es él? —volvió a preguntar realmente
preocupado.
—No te preocupes por eso. No es nada seguro, es
simplemente una probabilidad. Se trata del hijo del sultán Akbar Khan, el
príncipe Torán. Pero vuelvo a decirte que no es nada seguro.
Burhanuddin no dijo nada, se quedó pensativo, y
volvió a hablar con ella de otros asuntos que nada tenían que ver con el
príncipe Torán. Amarzad prefirió respetar su voluntad y no volver al tema.
Capítulo 20. Las batallas de la frontera
Al amanecer del sexto día de marcha, dos jinetes,
conocedores a la perfección de aquel territorio, montando sendos y veloces
caballos, habían partido rumbo a la capital de Nimristán, Darabad, para avisar
de la llegada de la princesa y del gran visir de Qanunistán. Tenían órdenes de
Burhanuddin para que evitasen, hasta que hubieran cruzado la frontera, los
caminos conocidos y fueran siempre a través de caminos angostos y poco
transitados.
Burhanuddin, cuyo estado de
alerta se intensificaba según iban acercándose a la frontera de Nimristán,
temía un ataque sorpresivo en cualquier momento, como le había ocurrido
recientemente al difunto príncipe Johar en aquellos mismos parajes. Había
enviado en la noche anterior a dos unidades de exploradores en sendas direcciones
rumbo a la frontera para ir tanteando el terreno y avisar, en tal caso, a
Burhanuddin de cualquier peligro que pudiera estar acechando en el camino. El
joven caudillo les ordenó evitar ser vistos, marchar preferiblemente de noche,
en silencio, estudiando el terreno, y quedar ocultos y quietos, pero atentos,
si detectaban cualquier movimiento de personas o caballos. También había
ordenado a Shakur extremar las precauciones en torno a la princesa y al gran
visir.
La tarde de aquel día era
apacible y la tropa marchaba tranquila con Burhanuddin y Muhammad Pachá a la
cabeza.
—No sé lo que siente vuestra
excelencia en estos momentos —dijo Burhanuddin—, pero yo tengo el
presentimiento de que seremos atacados por tropas enemigas en cualquier
momento. Casi los huelo. Es por aquí cerca donde atacaron al príncipe Johar.
—Bueno, hijo, pero no olvidemos que al príncipe
Johar, que Dios le tenga en los cielos, solo le acompañaban cien jinetes.
Al oír esto, a Burhanuddin se le ocurrió una idea,
¿y por qué no hace creer al enemigo que él también iba acompañado solo de cien
caballeros? «Espero que no sea ya demasiado tarde», pensó.
—Me ha dado vuestra excelencia una gran idea —dijo
el joven pachá, que no tardó en explicar a Muhammad Pachá de qué se trataba,
gustándole este planteamiento mucho al gran visir.
El joven caudillo ordenó detenerse a la columna y
cabalgó al trote hacia atrás hasta contar cien jinetes, obligando al resto a
quedar parados hasta que él les ordenara reanudar la marcha. Al mando de esa
avanzadilla puso a uno de sus oficiales, de nombre Mamnun, y decidió que un
carruaje vacío le acompañase para hacer creer que dentro iba el enviado del
sultán de Qanunistán. Burhanuddin le dio instrucciones a Mamnun de que en caso
de ser atacados retrocediesen como si se escaparan del enemigo al galope, de
regreso hacia el grueso de la tropa, atrayendo así tras de sí a sus atacantes,
hasta meterlos en la emboscada.
Había pasado media hora desde que partió la
avanzadilla de Mamnun cuando Burhanuddin dio orden para reanudar la marcha. El
destacamento de Mamnun siguió su camino durante al menos una hora, hasta llegar
a un llano de vasta extensión y mucha vegetación. Y cuando se había adentrado
en el mismo, sin que apareciera aún detrás el grueso de la tropa, llegaron al galope
dos jinetes de una de las dos unidades de exploradores enviados por Burhanuddin
la noche anterior, deteniéndose ante el comandante Mamnun para comunicarle que
habían detectado tropas enemigas de Rujistán, en gran número, ocultas entre la
espesura a una distancia de una hora de allí y a ambos lados de la calzada.
Inmediatamente, Mamnun ordenó a los dos jinetes seguir galopando para avisar a
Burhanuddin, mientras que él ordenaba detenerse a sus soldados y quedarse allí
a la espera de nuevas órdenes.
Al escuchar Burhanuddin a los dos exploradores mandó
detenerse a la tropa, y tras quedarse enterado de la posición aproximada de la
unidad a la que pertenecían les ordenó regresar con sus compañeros exploradores
y esperar a que cayera la noche para infiltrarse con ellos en las posiciones
enemigas, calibrar con más exactitud el grueso y la ubicaión de las tropas
enemigas y regresar para informarle después de ponerse la luna, lo que estaba
previsto para la medianoche. Con ambos exploradores envió a otros cien
caballeros bajo el mando del hermano de Shakur, de nombre Sayaf, conocido por
su bravura y arrojo, para que se unieran al destacamento de Mamnun con órdenes
de encargarse de la retaguardia de las tropas enemigas en caso de llegar a
librarse la batalla. El joven caudillo, que ya se había enterado de que Mamnun
detuvo la marcha de su avanzadilla, estaba seguro de que las tropas enemigas, a
una hora de distancia, no habían detectado aún su presencia.
No había pasado media hora de
la partida del destacamento de Sayaf, con el sol ya sobre el horizonte oeste,
cuando llegaron al campamento de Burhanuddin otros dos jinetes pertenecientes a
la segunda unidad de exploradores, que igualmente le informaron de la
existencia de un gran número de tropas de Rujistán acechando en el extremo sur
del llano, es decir, a la izquierda de la tropa de Burhanuddin, a la misma
distancia que las tropas detectadas por el primer grupo explorador, pero esta
segunda fuerza de tropas se encontraba alejada de la calzada por donde
transcurría la marcha de la expedición. El joven caudillo ordenó a ambos
jinetes regresar y calibrar con más exactitud el grueso y las posiciones de la
tropa enemiga en su zona y volver para informarle poco después de la puesta de
la luna, enviando con ellos a otros cien caballeros, comandados por otro
destacado caballero, de nombre Abhay, con la orden de atacar a las tropas
enemigas por la retaguardia, una vez iniciada la batalla. Los hombres de
Burhanuddin se movían en su propio territorio y sus exploradores conocían el
terreno a la perfección, no así las tropas invasoras de Qadir Khan, que tendían
la emboscada a ambos lados de la carretera.
Burhanuddin ya disponía de más de dos centenares de
jinetes tomando posiciones por detrás de las líneas enemigas, además del
centenar que formaban la vanguardia de Mamnun, a la que él envió un emisario
pidiéndole, a la luz de las últimas novedades, que se quedara donde estaba, en
estado de alerta y a la espera de un posible ataque nocturno del enemigo,
aunque aquello era poco probable. Les ordenó ocultarse a ambos lados del
camino, sin producir ruido alguno, y seguir el plan de emboscada previamente
establecido en caso de ser atacados. Había una distancia de tan solo media hora
de marcha entre esa avanzadilla y el grueso de la tropa.
Burhanuddin informaba de las novedades puntualmente
a la princesa y al gran visir. Por la noche, extremadas las guardias en torno
al campamento de Amarzad, esta pidió a Shakur que llamara a Burhanuddin para
que la informara de nuevo.
El joven pachá se presentó
ante Amarzad, que también había llamado a Muhammad Pachá. Los tres debatieron la
situación a la que se enfrentaban, pero aún a la espera de que fueran
informados de nuevo por las dos unidades de exploradores pasada la medianoche.
Finalizada la breve reunión, Muhammad Pachá se
retiró a su pabellón, pidiendo al joven caudillo avisarle ante cualquier
variación de la situación. Mientras, Burhanuddin y Amarzad pasearon lentamente
a la luz de la luna, sin que Shakur les perdiera de vista.
—¿Qué va a pasar, Burhanuddin? —le preguntó Amarzad
algo preocupada.
—Muy probablemente entraremos en batalla —respondió
él con el semblante serio, aunque no sombrío.
—Bueno, con eso contábamos al salir de Dahab, ¿no?
—Desde luego. Pase lo que pase, estaremos dentro de
la normalidad, y de lo previsto. No tienes que preocuparte de nada, aunque sé
de sobra que no estás preocupada.
Ella ignoró aquel comentario suyo con el que su
amado insinuaba los formidables poderes de Amarzad.
Ante el silencio de ella, él se quedó sin saber qué
decir, pues su mente estaba en otro lado, a la espera de la información sobre
el grueso y la distribución de las fuerzas enemigas que les intentaban
emboscar.
Amarzad se dio cuenta de la
preocupación de Burhanud-
din y prefirió dejarle
regresar a su campamento y centrarse en la organización de su tropa, pues ella
también estaba inquieta. El joven pachá se retiró a su pabellón a descansar.
Ordenó que nadie le molestara hasta que no regresasen los exploradores y que
todos los caballeros que no estaban cumpliendo misiones concretas se retiraran
a descansar, y que se mantuviera en el campamento un completo silencio.
Amarzad, en su pabellón junto a Safinaz, intentaba
conciliar el sueño, sintiéndose impotente ante la idea de que no podía
prestarle ninguna ayuda a Burhanuddin en la batalla que se avecinaba, pues no
tenía el permiso de la Hermandad Galáctica de Magos para utilizar sus armas
salvo en defensa propia, de su familia, de su casa y de su país en caso de
agresión.
La luna se había puesto hacía un buen
rato cuando se presentaron en el campamento principal los dos jinetes del
primer destacamento explorador, informando a Burhanuddin de que el grueso de
tropas de Rujistán apostadas a ambos lados de la calzada podía ser de unos
quinientos hombres y que la mayoría de ellos estaban durmiendo a esa hora.