AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS
Saïd Alami
En entregas semanales
(Entrega 22)
(21julio22)
.....Kataziah y todos sus acompañantes se quedaron fuera, quietos sobre el carruaje de Amarzad. Estaba previsto, según habían planificado y acordado, no actuar hasta bien entrada la noche.
Mientras
Amarzad iniciaba su viaje, Jasiazadeh y sus brujos, ajenos al viaje de la
princesa, se encontraban esperando en su nuevo escondrijo, no lejos de Dahab, a
que se hiciera de noche para penetrar en el Palacio Real.
Aquel día, poco antes
de anochecer, Burhanuddin Pachá ordenó detener la marcha y levantar el
campamento para el descanso de la expedición. El lugar donde iban a pasar la
noche era un apacible valle de gran belleza, situado entre dos colinas verdes y
junto a un río algo caudaloso. El mismo Burhanuddin supervisó, junto a Shakur,
el levantamiento del campamento de la princesa, que quedó rodeado de sus
guardias, que se turnaban a lo largo de la noche.
Al anochecer, Kataziah y sus brujos, convertidos en
moscones negros difícilmente detectables en la oscuridad, esperaron a que la
princesa saliera de su carruaje, junto a Safinaz, para disfrutar del aire
fresco. En este momento, Kataziah se introdujo en el carruaje tras ordenar a
todos sus acompañantes que lo rodearan, pero sin intervenir hasta que ella se
lo pidiese. El plan consistía en que la mosca Kataziah iba a inocular en la
parte trasera del cuello de Amarzad una sustancia que la dejaría
instantáneamente dormida y así llevársela de allí, volando, en la oscuridad de
la noche.
Cuando Amarzad estuvo
ya fuera del carro, su sortija empezó a emitir un rayo intermitente que solo la
princesa podía ver. Era el aviso de la presencia de espíritus malignos cerca.
Amarzad se quedó clavada en el sitio, sin dar paso atrás ni adelante, mirando a
su alrededor alarmada, pero nada podía ver en la oscuridad bajo la tenue luz de
una luna creciente. Safinaz, mujer valiente y fuerte, abrazó a Amarzad en
actitud protectora al percibir que algo pasaba y que la princesa estaba algo
tensa.
—¿Qué pasa, princesa?
—preguntó Safinaz, asustada.
—Están aquí —respondió
Amarzad con voz baja y firme, nada temblorosa como había esperado Safinaz.
—¿Quiénes están aquí?
Estamos rodeados de cientos de soldados, no tema nada su alteza.
Amarzad se deshizo del
abrazo protector de Safinaz, quien era más alta que ella, la miró a la cara que
apenas veía con claridad.
—Los soldados no sirven
para nada, aunque fueran muchos miles. Pero tú no tengas miedo, yo te protegeré
—dijo Amarzad a su doncella.
Safinaz frunció el ceño
sin entender nada de lo que había dicho su ama. «¿Cómo va esta niña a
defenderme a mí?», se decía Safinaz para sus adentros, pero sin articular
palabra, quedándose a la expectativa.
Amarzad no podía aún
localizar al enemigo hasta que al ratito volvió a mirar su sortija y allí vio
la horrenda cara de Kataziah, lo que hizo que soltara un fuerte suspiro a la
vez que se echaba para atrás. La princesa ya sabía de quién se trataba y era
justo quien ella esperaba: la malvada bruja y todos sus brujos venidos de muchos
países como le había informado el mago Flor. «¿Dónde estará el mago Flor ahora?
—pensó ella—. Que Dios le proteja y vuelva aquí victorioso». Faltaba saber
cuántos eran y dónde se ubicaban.
Amarzad
no deseaba regresar al carruaje de momento, prefería librar la batalla a cielo
abierto. Acercó la sortija a su boca y susurró unas palabras tal como la había
enseñado el gran mago. Safinaz veía que «la niña» decía algo a su propio dedo y
volvía a fruncir el ceño, muy extrañada. Una intensa luz emanó de la sortija
iluminando todo aquel paraje como si fuera a plena luz del día y en la esfera
roja y transparente del anillo aparecía el moscón Kataziah dentro del carruaje,
con la cara de la bruja bien clara. Amarzad miró a su alrededor y veía cada uno
de los moscones que la acechaban, cada uno con su rostro verdadero. Los
soldados, que acababan de cenar y se disponían a dormir, saltaron todos del
suelo poniéndose de pie al ver la intensa y repentina luz que inundaba el
lugar, en actitud de máxima alerta y con las manos agarrando las empuñaduras de
sus espadas y mirando en todas las direcciones, incluso hacia el cielo.
Burhanuddin acudió de inmediato al campamento de la princesa junto a Shakur. El
joven pachá ya había visto los acontecimientos extraordinarios acaecidos en el
Palacio Real y no le impresionaba nada tener que enfrentarse a fenómenos
parecidos.
Kataziah y sus brujas y
brujos se dieron cuenta de inmediato de que habían sido descubiertos por
Amarzad, lo que les causó una enorme sorpresa, apresurándose todos, con la
bruja líder a la cabeza, a adquirir formas de pájaros monstruosos, gigantescos
y salvajes, lanzándose a volar alto, encima del campamento militar, tal como
habían previsto para el caso de ser descubiertos. Kataziah estaba presa de una
rabieta desmedida a causa de la formidable reacción de Amarzad, dado que había
asumido que secuestrar a la princesa sería cuestión de coser y cantar. La bruja
no sabía nada de la naturaleza de la relación entre Amarzad y el mago Flor, ni
de todas las armas con las que había sido dotada la princesa.
Los
horrendos pájaros, que eran del tamaño de un elefante y con enormes alas, se
contaban por decenas en el cielo, y se lanzaron en picado contra la escolta de
Amarzad, alcanzando de lleno a varios de sus miembros con sus largos y afilados
picos, cual espadas sumamente afiladas y puntiagudas, hasta lograr espantar a
toda la guardia que huía presa del pánico, salvo Burhanuddin, Shakur y unos
pocos más, que luchaban con sus espadas contra sus atacantes logrando ellos y
algunos arqueros de la tropa derribar a alguno de aquellos monstruosos
pajarracos. Sin embargo, enseguida se recuperaban y levantaban el vuelo para
volver al ataque. Burhanuddin montó en su caballo y ordenó a toda la tropa
enfrentarse a los pájaros al precio que fuera, acudiendo todos con sus
caballos, incluida la escolta de Amarzad, que intentaba rodear a la princesa de
nuevo para protegerla, pero los pájaros intensificaban más y más su ataque,
buscando la ocasión en la que uno de esos pájaros pudiera atrapar a la princesa
con sus garras y salir con ella volando.
En los primeros momentos, Amarzad, tirada
insistentemente de la mano por Safinaz que pretendía refugiarse con ella dentro
del carruaje, estuvo aturdida ante la sorpresa del ataque de los monstruosos
voladores, y resistía los tirones de Safinaz que la quería poner a salvo.
De
repente, y mientras la luz seguía iluminando intensamente el lugar y el cielo,
todos vieron a Amarzad elevándose en el cielo, con un vestido blanco, de
extensión extraordinaria, que despedía intensas luces de múltiples colores, que
ascendía por el cielo llevándola a ella con Safinaz, que la abrazaba aterrada y
enmudecida. Amarzad soltó a Safinaz, que se quedó echada e inmóvil sobre el
vuelo ondulado e inmenso del vestido, y lanzó un ataque mortífero contra los
monstruos voladores alcanzándolos de lleno con ráfagas de luz roja intensísima
que salían de la esfera de su anillo y adquirían la forma de flechas que, al
alcanzar a los pájaros, los derribaban al instante, para no levantarse más.
Las brujas y brujos
fueron tan sorprendidos por el ataque de Amarzad que empezaron a huir
espantados a toda velocidad, presos de rabia,
y muchos de ellos gritaban a Kataziah, en pleno vuelo y totalmente fuera de sí,
increpándola por no haberles advertido de que iban a enfrentarse a la muerte
misma en su intento de secuestrar a Amarzad. El plan de Kataziah se basaba
entero en evitar encontrarse con el mago Flor, sin tomar en consideración en
ningún momento a la propia princesa más que como una simple rehén.
La tropa, con todos sus
miembros, encabezados por Burhanuddin, Shakur y el propio Muhammad Pachá, que
luchaban como podían contra aquellos pajarracos monstruosos, empezaron a gritar
de alegría al ver la huida de los pájaros que ya no se veían en el cielo, pero
seguían contemplando, estupefactos, a la princesa volando con aquel maravilloso
vestido del que no cesaban de emanar intensos rayos. Era una escena
indescriptible para ellos, lo jamás visto ni imaginado, en la que no faltaba la
figura de Safinaz, tirada al lado de Amarzad, desmayada.
Sin embargo, Kataziah pronto reaccionó y ordenó a
las brujas y brujos regresar de inmediato a la batalla y centrar su ataque en
hacer arder el vestido de Amarzad y si hacía falta cortarle el brazo con el que
les estaba atacando con aquellos rayos. Nadie veía el anillo esférico de la
jovencita, aunque sabían que lo llevaba, pues Kataziah, cuando les convocó para
convencerles para que se unieran a ella, les informó de que una nueva sortija
esférica se había sumado a las sortijas de las que disponía el mago Flor, y que
la llevaba puesta la hija del sultán Nuriddin. Lo que nadie de los brujos sabía
hasta aquella noche es que aquella sortija era, a la vez, un arma terrorífica.
Mientras,
Amarzad tenía tanta tranquilidad y serenidad que parecía haber volado y lanzado
ataques de aquella clase a lo largo de toda su vida. Así, durante unos minutos
de calma en los que la princesa seguía surcando el cielo encima de las cabezas
de sus tropas, protegiéndolas, y mientras todos los ojos estaban pendientes de
ella, Safinaz recuperó el habla y se asomó desde aquella enorme altura y empezó
a chillar con todas sus fuerzas, presa de un ataque de nervios, lo que provocó
la risa nerviosa de algunos de los jinetes. Amarzad la abrazó y le dijo
suavemente unas cuantas palabras que la tranquilizaron al instante.
De
repente, en el horizonte volvieron a aparecer los pájaros monstruosos que
regresaban a una velocidad asombrosa, todos en dirección a Amarzad, y lanzando
de sus picos, fuertes y rectas llamas de fuego de varios metros de longitud. La
jovencita comprendió que todos iban a por ella y entonces acarició su collar
con su sortija, tal como la había entrenado el mago Flor, y el collar empezó a
irradiar una luz blanca de tal intensidad que cegaba literalmente a los
pájaros, a la vez que la corona que llevaba puesta emitía ráfagas de luz de
color amarillo intenso, en forma de discos de bordes sumamente afilados que
crecían en tamaño, hasta alcanzar a los monstruos cuyos cuerpos seccionaba.
Muchos caían al suelo fulminados.
Así, Amarzad se
enfrentaba con toda la tranquilidad del mundo a decenas de monstruos voladores
gigantes y extremadamente salvajes y peligrosos. Además, todos veían que ningún
pájaro monstruoso podía acercarse a la princesa y que huían del lugar medio
ciegos.
La tropa estalló de
nuevo en alegría, mientras Burhanuddin, Muhammad Pachá y Shakur estaban
pendientes de que la princesa aterrizase sana y salva, en medio de gritos
ensordecedores de Safinaz que, con el segundo ataque de los pajarracos lanzando
fuego, casi perdía la razón.
Una vez en el suelo,
todo el afán de Amarzad era tranquilizar a su doncella, a la que tanto quería,
hasta que lo logró, mientras Burhanuddin, Muhammad Pachá y Shakur estaban
pendientes de ellas dos, pero sin intervenir y esperando a que Amarzad les
atendiera. La princesa había adquirido para ellos tres, como para toda la
tropa, tal talla y tal respeto, que no se atrevían a interrumpirla mientras
atendía a Safinaz. La luz del lugar volvía a la normalidad y solo quedaba la
tenue luz de la luna.
En el campamento mayor
había mucha algarabía tras los acontecimientos vividos y se buscaba a los
caballeros muertos y heridos en la batalla. En el campamento privado de
Amarzad, todo el afán de los caballeros de su escolta era echarle un vistazo a
la princesa, aunque fuera de lejos. Ahora todos ya sabían que Amarzad los
acompañaba en este viaje, aunque la mayoría de ellos nunca la habían visto
antes, unos pocos sí la conocían y esto era suficiente para propagar la noticia
entre la tropa. Todo el secretismo con que se había rodeado el viaje de la
princesa había sido en vano. Un secretismo que con respecto a la tropa se había
esfumado ya en la primera noche del viaje. Burhanuddin mandó a todos alejarse
del campamento de la princesa y cuidar a los heridos.
—Estamos absolutamente
maravillados princesa —dijo Muhammad Pachá en nombre de todos—. No salimos de
nuestro asombro, princesa. Pero, cómo…
—Muhammad Pachá
—respondió Amarzad tranquilamente—. Le ruego que no exagere. En realidad, no
pasó nada. Todo fue fruto de nuestra imaginación.
Muhammad
Pachá se rio a medias, mientras que
Burhanuddin y Shakur se quedaban callados y serios, observando y
escuchando.
—Pero,
princesa —insistió Muhammad Pachá—, ¿cómo dice su alteza que todo lo que vimos
fue fruto de nuestras imaginaciones? ¿Y todos esos cadáveres de pájaros
monstruosos que hay esparcidos por el suelo? ¿Y nuestros caballeros muertos y
que están allí? Princesa, su alteza nos ha defendido a todos solita.
La
princesa pidió hablar a solas con Muhammad Pachá, pero ordenando a Burhanuddin
quedarse cerca para hablar con él después. Este le ordenó a Shakur ir a
supervisar lo acontecido entre la tropa y esperarle allí.
Amarzad y Muhammad Pachá
se alejaron unos pasos.
—Muhammad Pachá —dijo
Amarzad muy seria.
—Sí, princesa. Soy todo
oídos.
—Lo
que ha sucedido esta noche no debe salir de este campamento, de ninguna manera.
Mis padres no deben saber nada de esto.
—¿Por qué, princesa? No
podemos ocultar algo tan grave a su majestad.
—Solo
hasta que regresemos a Dahab. No quiero preocupar a mis padres. Si llegan a
saberlo, van a alarmarse sin necesidad, y sin utilidad, pues en este caso
concreto ni ellos ni todas las tropas del mundo pueden hacer nada por nosotros.
Muhammad
Pachá se quedó pensativo: «Tiene razón esta jovencita, ¿cómo no se me habrá
ocurrido a mí?», se preguntaba el gran visir mientras sacudía la cabeza en
señal de aprobación.
—Lo
entiendo, princesa. ¿Para qué avisar de un problema ya resuelto a quienes no
pueden hacer nada al respecto si no estuviera resuelto, ni nada tienen que
hacer una vez resuelto?
—Exactamente,
Excelencia. Máxime cuando ese alguien son tus padres, o alguien que te ama con
todo su ser. Evitemos preocupaciones inútiles, por favor os lo pido. Dese
cuenta de que en Dahab están amenazados. Ya ha visto su excelencia, lo que pasó
allí hace dos días. Están en peligro y tienen que ocuparse de ellos mismos. Así
que no deben enterarse de lo que ha pasado aquí. ¿Me lo promete vuestra excelencia?
El
gran visir entendía muy bien la postura de Amarzad y le gustaba mucho su manera
de pensar. Pero, a la vez, temía las consecuencias que le esperaban a él por
parte del sultán si le ocultaba los sucesos de aquella noche. En realidad, no
sabía por dónde tirar ni qué decir en aquellos momentos. Se quedó otra vez
pensativo.
—¿Qué
me dice excelencia? —inquirió Amarzad impaciente.
—Pero, princesa
—respondió él dubitativo—, su alteza sabe lo que me espera de su majestad si le
oculto sucesos tan graves.
—Yo os lo garantizo,
excelencia, que mi padre le agradecerá vuestro silencio. ¿No confiáis en mi palabra después de lo
que habéis visto esta noche? —dijo esto
último la princesa con una gran y persuasiva sonrisa—. Se lo ruego, Muhammad
Pachá —agregó mirándole fijamente a los ojos.
El
gran visir, a quien la princesa lo tuteaba igual que le trataba de excelencia
debido a que le consideraba uno más de su familia, sentía tanto cariño hacia la
princesa, a la que conocía desde su nacimiento, que sintió que no era capaz de
negarle una petición que le hacía tan encarecidamente.
—De acuerdo, hija. Ni una palabra, cuenta
con ello, confía en mí —sentenció el gran visir.
—Siempre he confiado en
vuestra excelencia. Me lo enseñó mi padre desde pequeña —dijo Amarzad
satisfecha.
Continuará....