AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS 

AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS <p> Entrega 19

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AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS

Entrega 19


AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS 

Saïd Alami

En entregas semanales 


(Entrega 19)


….Kataziah no tenía otra elección y así se lo comunicó a Narus y a Wantuz. Jasiazadeh se dio cuenta enseguida de lo que estaba tramando Kataziah con su hermano y su hijo.

—Os convoqué aquí —volvió a gritar Kataziah desde lo alto de la roca, esta vez con voz terrible y amenazante— y todos habéis aceptado el objetivo y el plan que yo había establecido para nuestra alianza, por lo tanto, aquí, en esta gruta, mando yo y no permitiré que nuestra gran alianza contra Svindex se resquebraje ahora por culpa de Jasiazadeh ni de nadie. O Jasiazadeh se somete a mi voluntad hasta acabar lo que vinimos aquí a hacer o es la guerra entre ella y yo. Decídete, Jasiazadeh —gritó Kataziah terriblemente, y con los ojos muy enrojecidos, a punto de saltar de sus órbitas.

Al oír aquella espeluznante amenaza y conociendo bien de lo que Kataziah era capaz, Jasiazadeh se esfumó, antes de que Narus y Wantuz pudieran reaccionar. Un fuerte murmullo se apoderó del ambiente en el interior de la gruta, mientras la astuta Kataziah volvía a hablar, ahora con voz reconciliadora.

—Bien. Ya lo habéis visto todo. Jasiazadeh decidió escapar y dejarnos. Os aseguro que no volverá a poner un pie en esta gruta nunca más. ¿Alguien más quiere seguir los pasos de Jasiazadeh? —volvió a vociferar Kataziah.

Para los brujos presentes no era desconocido el tremendo poder de Kataziah, su hijo y su hermano, y no había quedado claro para ellos si Jasiazadeh había desaparecido por voluntad propia o había sido su desaparición obra de ese trío. Por otra parte, todos estaban seguros de una cosa: que habían acudido a Qanunistán para acabar con Svindex, no para enzarzarse en guerras ajenas en las que no se les había perdido nada. Horas más tarde, Kataziah y los demás brujos se percataron de la huida de los brujos y brujas rujistaníes que habían acudido a Dahab acompañando a Jasiazadeh.

Así las cosas, incluso las brujas y los brujos no menos poderosos que Kataziah, y que podían enfrentarse a ella y tal vez salir triunfantes del enfrentamiento, veían más cuerda la postura de esta que la de Jasiazadeh. Uno de ellos era Natansum, venido de un lejano reino.

—¡Kataziah tiene razón! —exclamó Natansum—. Vamos a ponernos manos a la obra: ¿cómo secuestramos a la hija de Nuriddin, ojo derecho de Svindex? No perdamos más tiempo.

—Gracias, Natansum —respondió Kataziah, satisfecha—. Si secuestramos a esa niña podemos presionar decisivamente al maldito Svindex, hasta tenerle en un puño.

 

 

 

13. Amarzad y Burhanuddin

A los protagonistas y testigos de lo acaecido aquella tarde en el Palacio Real les costó conciliar el sueño por la noche, pensando en aquellos sucesos y en los acontecimientos sobrenaturales ocurridos durante el día. Mientras, el mago Flor, acompañado de Hilal y otros magos ayudantes, pasaron buena parte de la noche en busca del escondite de los brujos, inspeccionando las montañas cercanas al lugar donde las dos sombras negras se habían desvanecido dejando caer a los dos caballeros que llevaban secuestrados.

La sultana Shahinaz apenas dejó pegar ojo a su marido, llorando e intentando convencerle para que recapacitase sobre la decisión de enviar a Amarzad a Nimristán en una misión en la que anteriormente había perdido la vida el príncipe Johar.

—Pero ¿cómo puedes ser tan inconsciente y enviar a nuestra hija a una misión tan peligrosa y tan lejos de casa, a ella que nunca antes se alejó de palacio sin nuestro permiso y siempre protegida por guardias? —dijo la sultana por enésima vez aquella noche.

—Te dije, Shahinaz, que nuestra hija ya no es la que era, desde aquel día en el que participó en aquella reunión con nosotros, en la que estuvieron Akbar Khan y Samira —respondió el sultán, sentado en la cama junto a su esposa—. ¿Te acuerdas? Todos, aquel día, manifestasteis que nuestra hija ya no era ninguna niña, y tú me comentaste entonces que algo extraño le ocurría, que mostraba una madurez muy por encima de su edad. Tú misma lo contaste repetidas veces después de aquella reunión.

—Que sí, que no te lo discuto, pero entre esto y enviarla a Nimristán hay mucha diferencia, por muy madura que parezca.

—¿Sabes, Shahinaz?, tengo gran confianza en Amarzad, no sé por qué, pero creo que nuestra hija tiene poderes especiales, sobrenaturales, y los va a demostrar en este viaje, volviendo triunfadora. Le daremos una gran lección al fanfarrón de Qadir Khan si hacemos que Kisradar se retire de su alianza, y si eso ocurre, Radi Shah no tardará en seguir sus pasos, antes del inicio de la batalla, si es que esta batalla tuviera lugar algún día.

—¿Qué? ¿De qué poderes especiales estás hablando? ¡Lo que me faltaba por oír! Todo lo que pasa es que es más madura que antes, nada más.

—Sí, más madura que antes, eso ya lo sabemos, pero su enorme madurez ocurrió de un día para otro, de repente. ¿Y el escudo invisible que protege el palacio? —prosiguió el sultán, vehementemente—. ¿Cómo se enteró ella de su existencia? ¿Cómo sabía ella lo de la contraseña para franquearlo? ¿O es que te has creído de verdad que lo había soñado?

La sultana no sabía qué decir, pues no dudaba que su marido estaba diciendo la verdad.

Nuriddin y Shahinaz conversaron durante toda la noche, sin llegar a ningún acuerdo, hasta que cayeron rendidos por el sueño con las primeras luces del amanecer.

En cuanto a Burhanuddin y a Amarzad, no dejaron de pensar el uno en el otro ni un solo instante a lo largo de la noche. Amarzad se sentía inmensamente feliz porque Burhanuddin la iba a acompañar, aunque ella sabía que no necesitaba su protección y que podría hacer el viaje a Nimristán ella solita, protegida por el mago Flor. Además, confiaba en los regalos de Xanzax, que siempre llevaba puestos, y que sabía que tenían grandes poderes, aunque no lo había comprobado aún, salvo el de la sortija.

Su deseo de estar cerca de Burhanuddin nacía del caudaloso río de amor que brotó en su corazón la tarde del día anterior, cuando ambos se miraron a los ojos por primera vez. Se dio cuenta de que, a pesar de tener solo catorce años, era ya mayor y que su corazón y su mente no estaban acorde con su edad. Nada más encontrarse sus ojos con los de Burhanuddin supo que nada ni nadie en el mundo sería capaz de separarlos.

Amarzad daba vueltas y vueltas en su cama y no podía esperar más ya la salida del sol. La noche le parecía exageradamente larga, como ninguna otra noche de su vida que ella recordara. Cerraba los ojos intentando conciliar el sueño y allí estaba el rostro resplandeciente y los ojos verdes de su amado, abría los ojos y fijaba la mirada en el techo, y allí estaba la faz más entrañable que había visto en su vida, «aparte de mamá y papá», se decía. Se levantaba y se dirigía a la gran terraza de sus habitaciones donde miraba al cielo sembrado de estrellas exageradamente brillantes, y allí estaba brillando la cara de su amado Burhanuddin. No sabía qué hacer con aquella nueva sensación que invadía todo su ser y que la convertía en un auténtico manojo de nervios a flor de piel. Así era imposible dormir. «Pero ¿quién dijo que yo quiero dormir y abandonar esta maravillosa sensación de estar volando por los aires?», se volvía a decir. Poco antes del alba, se quedó profundamente dormida y no se despertó hasta que la luz del sol inundó su alcoba.

No lejos de allí se encontraba Burhanuddin, en cuyo corazón también el amor había brotado caudaloso y rugiente. Aquella noche estrenaba el palacete que le había regalado el sultán y que estaba a tiro de piedra del Palacio Real. Un palacete al que no le faltaba ningún detalle de comodidad y de lujo. El joven y flamante pachá, con la mirada fija en las estrellas de un cielo cuajado de ellas, echado sobre un diván en una de las amplias terrazas de su nueva casa, se sentía filósofo, poeta, astrónomo, sabio, y no sabía cuántas cosas más, todas a la vez, y estaba tan embriagado por la miel del amor, que sentía levitar su cuerpo sobre el diván, lo que le hacía despertarse para volver a soñar de nuevo.

En realidad, no sabía a ciencia cierta cuándo estaba adormecido y cuándo estaba despierto, y tampoco si soñaba despierto o dormido. Lo único cierto para él era que de todos los acontecimientos extraordinarios e inexplicables que habían sucedido la tarde anterior, nada merecía su atención salvo el momento en el que miró a los ojos de su amada, con su color miel, los ojos más bellos jamás vistos por él, tanto que, en aquellos momentos, imaginaba frente a él aquel rostro angelical, lo miraba y creía sentir su dulzura en sus labios.

Sin embargo, el corazón se le encogía cuando se acordaba de que se trataba de la hija del sultán del reino más rico de la región, y que, por ello, estaba seguro de que sus padres tendrían planificado casarla con algún príncipe de los reinos amigos. «¿Cómo crees que la princesa Amarzad puede llegar a ser tu esposa, pobre tonto?», se decía flagelándose una y otra vez, para volver a decirse de nuevo: «¡Pero yo vi cómo me miró y no me cabe duda de que me quiere tanto como la quiero yo a ella!». Y con este último pensamiento, daba una vuelta más por el firmamento en aquella noche sin luna, saltando de estrella en estrella, hasta que su mente era atacada por otro pensamiento, sombrío y terrorífico a la vez: «¿Acaso crees, pobre necio, que porque el rey te nombró Pachá, por haberle salvado la vida, va a permitir que te cases con su única hija y convertirte a ti, hijo de un simple caballero del ejército, en rey de Qanunistán? Ya verás como no has durado en tu nuevo cargo más que unas horas, y que cuando regreses de la frontera, si es que regresas, el sultán habrá olvidado todo este incidente y ni se acordará de ti». Llegado a este punto, saltaba Burhanuddin del diván y se apresuraba a mojarse la cabeza con agua fresca, como para ahuyentar semejantes fantasmas que rondaban su mente, y parecía que lo del agua funcionaba, pues enseguida recuperaba su sonrisa y su entusiasmo, hasta gritar a las estrellas con toda la fuerza de sus pulmones: «¡Sí, ella me quiere, lo vi en sus ojos!». Así pasó Burhanuddin la mayor parte de la noche, hasta que se quedó dormido durante un rato al alba.

Poco antes de la salida del sol, el mago Flor, Hilal y los demás magos regresaron de su búsqueda nocturna sin haber logrado descubrir el escondite de los brujos. El gran mago pensó que era mejor reanudar la búsqueda, pero a pie, a la noche siguiente. Tampoco querían estar en aquella zona de día, expuestos a ser descubiertos por los brujos y atacados por ellos de múltiples maneras. El mago Flor prefería pillar a Kataziah por sorpresa, junto a su hijo y hermano.

Ya entrada la mañana, cuando Burhanuddin apareció por la puerta del Palacio Real, le avisaron de que los dos caballeros destituidos el día anterior y desaparecidos después, regresaron a palacio, pero que no pudieron entrar. A otros caballeros y funcionarios del palacio que querían entrar o salir del mismo les pasaba lo mismo. Enseguida Burhanuddin se dirigió a la puerta exterior del recinto palaciego y mediante la contraseña dejó entrar y salir a todos los que estaban esperando hacerlo, no antes de verificar la identidad de todos, tal como había ordenado el sultán el día anterior.

Los caballeros secuestrados por sendas sombras el día anterior le contaron a este su historia a trompicones, muy excitados y poco cuerdos. Burhanuddin decidió informar al sultán nada más verle entrar en el salón del trono y mientras los afectados esperaban fuera. El rey hizo llamar a Amarzad.

Al presentarse Amarzad en el salón del trono y ver allí a Burhanuddin, el corazón casi se le escapa del pecho de alegría, y lo mismo que le sucedió al joven pachá al ver asomarse a su amada. El rey miraba a ambos, percibía e intuía, pero desmentía su intuición, aunque esta no le molestaba, pues el chico había encontrado su lugar en el corazón de Nuriddin, cuyo único hijo varón había fallecido años atrás de una fiebre. El sultán, en aquellos momentos, estaba preocupado por cosas mucho más graves, como solía estarlo a cada momento a lo largo de las últimas semanas.

La princesa escuchó por boca de los dos caballeros lo acaecido con ellos: que volaban por separado sostenidos cada uno por algo o alguien que ellos no veían, que a la puesta del sol empezaron a caer en picado para ser sostenidos de nuevo por algo o alguien que ellos percibían que era distinto al primero, pero al que tampoco veían, y que ese algo o alguien los posó en el suelo tranquilamente.

—¿Tú te crees esas majaderías, hija? —preguntó Nuriddin a la princesa—, ¿o no será que estos dos se han escapado y luego lo pensaron mejor y han regresado? ¿Tú qué piensas al respecto?

—Padre —respondió Amarzad—, ¿es que no ves lo alterados que están ambos y la cara de extrema fatiga que tienen por no haber dormido en toda la noche, de lo aterrorizados que han estado y creo que siguen estando? Claro que les creo. Hemos visto suceder en este salón cosas muy extrañas, y mucho más extraño es el escudo invisible que sigue protegiendo el palacio.

—Tienes razón, hija —sentenció el sultán—. Vosotros dos poneos a las órdenes de Burhanuddin Pachá para salir mañana con él. Hasta entonces, descansad y no contéis a nadie más vuestra historia —prosiguió el rey dirigiéndose a los dos destituidos.

—A la orden, majestad —respondieron ambos a la vez.

—Padre —exclamó la princesa muy seria.

—Dime, hija, ¿qué pasa? —respondió el sultán, prestando a su hija toda su atención.

—Estos dos hombres nada tuvieron que ver con la entrada de los dos agresores de anoche en este palacio. Ambos criminales enviados por Qadir Khan fueron metidos en palacio gracias a hechizos realizados por las brujas y brujos puestos al servicio de Qadir Khan —informó Amarzad, que por su profundo sentido de la justicia no podía ver a aquellos dos hombres castigados injustamente sin hacer algo por remediarlo, lo cual constituye una parte esencial de toda alma pura y libre como Amarzad.

—¡¿Cómo?! —exclamó el sultán, asombrado—. ¿Y tú cómo lo sabes, hija?

Burhanuddin y los dos exjefes escuchaban atónitos.

—¿Qué más da, padre, cómo lo he sabido? Es así —respondió Amarzad—. Tú confías en mí, ¿verdad?

—Sí, claro que confío en ti, Amarzad —sentenció el sultán en voz alta—. Ya no confío en nadie en este reino como confío en ti —prosiguió murmurando entre dientes.

—Entonces, majestad, lo mejor será restituir en sus puestos a estos dos caballeros, honrados y leales, hasta el regreso de Burhanuddin Pachá.

Continuará…….

 

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