AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS 

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AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS 

Saïd Alami

En entregas semanales 


(Entrega 30)

29 sep 2022

 

—¡Basta, Korosh! —gritó el rey a su hijo—. Te he dicho que aprendas a tratar los asuntos con más tranquilidad y menos vehemencia. ¿Cómo, si no, te voy a mantener en la jefatura del ejército siendo tan nervioso y tan impulsivo? ¿Crees que un hombre con esta clase de defectos sería adecuado para encabezar un ejército tan grande como el nuestro? No me hagas pensar que me equivoqué gravemente al nombrarte en este cargo tan importante y tan sensible.

La voz del rey retumbaba en el salón del trono, en presencia de otros príncipes y personalidades, lo que avergonzó a Korosh al sentirse tratado como a un niño, apresurándose a desaparecer del salón tal y como había irrumpido en él, dirigiéndose de inmediato a buscar al jefe de la tropa de Qanunistán.

A Burhanuddin, y por voluntad de Amarzad y Muhammad Pachá, le habían instalado también en una de las habitaciones del palacete. Y al enterarse Korosh, cuando iba en busca de Burhanuddin, de este extremo, aumentó su indignación, pues no era costumbre instalar a un militar cualquiera, como pensaba Korosh de Burhanuddin, en el palacete de ilustres huéspedes, por lo que ordenó que le llamaran a su presencia.

Al comparecer Burhanuddin Pachá ante Korosh en el palacete de este último, el príncipe le escudriñó de arriba abajo varias veces, con mirada algo despectiva y altanera, lo que no le gustó nada al joven pachá, de estatura más alta que Korosh, y tres años más joven que él.

—¿A qué venís aquí con tanto soldado y tanto caballero? —gritó Korosh, con voz chillona, en presencia de otros caudillos del ejército—. ¿Es que teméis que nos comamos a la princesa y al gran visir? ¿Es que no habéis oído hablar de la gran hospitalidad de nuestro reino y de nuestro rey, su majestad, mi padre?

—Sí, hemos oído mucho hablar de esta hospitalidad de la que habláis, alteza, por lo que me sorprende enormemente el recibimiento que me estáis dando a mí en este momento —contestó Burhanuddin, altivo y fijando su vista en Korosh, de modo desafiante, pero frío, tras haberse sentido maltratado por el príncipe.

Al oír aquella contestación y percatarse del fondo de aquella mirada, Korosh sintió enseguida que se había equivocado de hombre, mirando a su séquito como para saber lo que opinaban, mientras estos murmuraban entre ellos con rostros de indignación por la manera con que Burhanuddin había contestado a su jefe, salvo uno de ellos, que llamó la atención del joven pachá porque iba vestido al uso de los príncipes de Nimristán, y que no parecía complacido por la escena que presenciaba en aquellos momentos.

Korosh volvió a mirar a Burhanuddin de arriba abajo, como midiendo sus fuerzas.

—Tienes razón —dijo Korosh con tono mucho más tranquilo y respetuoso que antes—. No acostumbramos a recibir así a nuestros huéspedes.

Burhanuddin permaneció callado, sin quitar la vista del príncipe y sintiéndose amenazado por todos los presentes allí.

—Pero yo estoy hablando ahora mismo y de esta manera a un huésped a quien yo no he invitado y que no debía haber cruzado nuestras fronteras sin mi permiso, como jefe del ejército que soy —gritó de repente Korosh fuera de sí y en tono muy desafiante.

El repentino estallido de Korosh no le sorprendió en nada a Burhanuddin, que prácticamente estaba esperándolo antes de producirse. Por eso no le afectó lo más mínimo.

—El permiso nos fue dado por el jefe supremo del ejército, alteza, que es su padre, su majestad el rey —dijo Burhanuddin con algo de sorna, paseando su vista por los rostros de los caballeros que acompañaban a Korosh hasta posarla en el que iba vestido de príncipe, sonriéndole este levemente. Burhanuddin volvió a fijar su vista en los ojos de Korosh, manteniendo el tono desafiante e irónico, lo que crispó aún más los nervios del anfitrión.

En realidad, ambos hombres no tenían nada más que decirse. Pero Korosh no podía dejar las cosas así, y tenía él que ser quien dijera la última palabra.

—Bueno, bueno —repitió el príncipe con un tono de rabia contenida—. Pronto nos veremos en el campo de batalla y tendrás la ocasión de medirte conmigo. Ahora estás en mi casa y mi deber es protegerte. Pero que sepas que lo que hacéis aquí no os servirá de nada.

Burhanuddin no salía de su asombro ante el grado de estupidez de quien le estaba hablando, pues no cabía en ninguna mente sana que un jefe de un gran ejército, y a la par príncipe, hablara a su huésped de aquella manera tan insolente, a sabiendas de que su padre, el rey, había ordenado que la embajada de Qanunistán fuera tratada de la mejor manera posible, tal como le había dicho personalmente, poco antes, el jefe de la Guardia Real, en tono confidencial y amistoso. Sin embargo, y a pesar de la insolencia del príncipe, Burhanuddin era consciente en todo momento de que no debía llevar las cosas lejos con él, y tratar de absorber en todo lo posible el ímpetu de ese descerebrado.

—Dios mediante, alteza, no habrá necesidad ninguna de encontrarnos frente a frente en el campo de batalla, pues su majestad, el rey Kisradar, es conocido por ser un hombre justo e inteligente.

Korosh sacudió la cabeza con una mirada de desdén y dio la espalda a Burhanuddin, quien se apresuró a salir de allí todo indignado, pero con mucha entereza.

Al instante de salir Burhanuddin, uno de los caballeros que acompañaban a Korosh se ausentó de la estancia, sin que nadie de los presentes se percatara, y fue detrás de Burhanuddin. Este, al pasar por uno de los jardines del palacio, cuando se dirigía al palacete de huéspedes, se percató de que alguien le estaba persiguiendo, por lo que se dio la vuelta con la mano sobre la empuñadura de su espada, encontrándose cara a cara con el hombre ataviado con la vestimenta de los príncipes de Nimristán. Este le saludó amablemente y le dijo que no temiera nada y que solo pretendía hablar con él.

—Soy el lugarteniente primero del caudillo del ejército, príncipe Korosh, y su mano derecha. Me llamo Nuri, príncipe Nuri, primo del príncipe Korosh, pero no estoy nada de acuerdo con su manera de llevar las cosas y ni siquiera con que él ocupe el puesto tan importante que desempeña desde hace tan solo dos semanas, después de que su majestad, nuestro rey, hubiera destituido del cargo al príncipe Sorush, su hijo mayor.

A Burhanuddin le sorprendía que aquel hombre, de semblante bondadoso, que aparentaba estar en la mitad de su cuarta década, le contara todo aquello. Parecía que ese hombre tenía mucho que decir.

—Y yo soy Burhanuddin Pachá, jefe de la Guardia Real del sultán Nuriddin y responsable de la seguridad de su hija, la princesa Amarzad, que encabeza nuestra embajada ante su majestad, Kisradar.

El príncipe Nuri se quedó impresionado al conocer que su interlocutor, tan joven, era ya pachá, y que ocupaba el cargo de jefe de la Guardia Real, además de gozar de la plena confianza del sultán de Qanunistán, encomendándole la seguridad de su única hija. Se dio cuenta de cuán equivocado estuvo Korosh al tratarle al huésped de aquella manera tan indigna.

¿¡Usted es pachá!?  ¿¡Su excelencia es pachá!? —le preguntó a Burhanuddin con asombro y queriendo cerciorarse de lo que había escuchado de boca de su interlocutor.

—Sí, soy pachá —respondió Burhanuddin sonriente al percatarse de la sinceridad y espontaneidad del príncipe Nuri, que empezaba a caerle muy bien, a pesar de percibir que este le superaba bastante en edad.

—Pues estoy seguro de que el príncipe Korosh no sabía nada de que su excelencia es pachá, si no, no se hubiera atrevido a tratarle de aquella manera que molestó a más de uno de los presentes y les pareció indigno de nuestra corte real.

Ambos hombres estuvieron hablando durante un largo rato, forjándose entre ambos una amistad que parecía venir de años atrás. En la conversación, Burhanuddin le contó a Nuri cómo las tropas de Qadir Khan intentaban impedir a toda costa la llegada de embajadores de Qanunistán para entrevistarse con el rey Kisradar, narrándole lo acontecido con el difunto príncipe Johar y sus hombres a mano de las tropas de Qadir Khan, y las batallas que libró él mismo contra las tropas de Rujistán que intentaban impedir su llegada a Nimristán.

El príncipe Nuri mostró su indignación ante lo narrado por su nuevo amigo.

—Ese Qadir Khan es un tirano. ¡No entiendo cómo pudo embaucar a mi tío y convencerle para que se uniera a él en su propósito de invadir vuestro país! —exclamó Nuri, enfadado—. Yo creo que debéis informar a su majestad de todo esto que me acabas de contar, pues estoy seguro de que no sabe nada al respecto.

—Así lo haremos —respondió Burhanuddin.

—Estaré a su disposición en lo que necesitéis, amigo mío, y procuraré que su excelencia, la princesa y el gran visir disfruten de una total tranquilidad entre nosotros. No quiero pensar, de ninguna manera, que estén a disgusto en este palacio.

—Se lo agradezco enormemente, alteza. Espero que nuestra amistad, que acaba de empezar, sea de gran utilidad para ambos y para nuestros países.

—¿Tendrá su excelencia la bondad de aceptar mi invitación a cenar, en mi casa y con mi familia esta noche? —preguntó el príncipe Nuri.

—Nada me honraría más que aceptar esta invitación, ¿pero, sinceramente, no teme su alteza, príncipe Nuri, molestar al príncipe Korosh invitándome a su casa? —preguntó Burhanuddin, con una amplia sonrisa, como disculpándose por semejante observación.

—Todo lo contrario —respondió Nuri con toda la buena intención del mundo—. Lo que voy a hacer es invitar también a mi primo, Korosh, para que ambos os conozcáis mejor, si no tiene su excelencia, inconveniente.

—No, no, en absoluto —se apresuró a decir Burhanuddin, todo deseoso de mejorar las relaciones con Korosh en aras de hacer triunfar la misión diplomática de Amarzad y Muhammad Pachá.

Nuri, una de las más destacadas personalidades del reino, se sentía feliz con la nueva amistad que acababa de forjar, ya que, tras aquella larga conversación, sentía que había encontrado en Burhanuddin a un verdadero y noble amigo. Al despedirse, ambos se dieron un fuerte abrazo quedando en que uno de los hombres de Nuri pasaría a recoger al joven pachá, al anochecer.

Cuando Burhanuddin llegó al palacete de huéspedes se fue en busca de Muhammad Pachá, a quien contó todo lo acontecido con Korosh y Nuri. Toda esa historia no le gustó nada al gran visir, quien aconsejó a Burhanuddin disculparse con el príncipe Nuri y no acudir a la cena, por lo que pudiera suceder allí de parte de Korosh. Sin embargo, Burhanuddin le tranquilizó al viejo pachá, asegurándole que él estaría siempre en posesión plena de su mente y de su corazón, no dejándose llevar por los nervios ni por las emociones. Además, le expresó su profunda confianza en que el príncipe Nuri sabría controlar la situación, máxime tratándose de una cena organizada en su propia casa; estos argumentos terminaron por convencer al gran visir, que aprobó finalmente que Burhanuddin acudiera a aquella cena.

Más tarde, Burhanuddin se entrevistó con Amarzad y la contó también lo de Korosh y Nuri. A ella tampoco le gustó la historia, pero le pidió que acudiese a la cena y que intentase ganarse a Korosh.

—Creo en ti, querido Burhanuddin —le dijo, en voz baja—, y creo plenamente en tu capacidad de reconducir tu relación con Korosh, pues necesitamos arrancarle estos sentimientos de odio que alberga hacia nosotros.

—Intentaré en todo momento que así sea. Mi padre, que Dios se apiade de su alma, me enseñó que cuando detecte odio hacia mí en el corazón de alguien, que le ofreciera siempre, sinceramente, la mano de la amistad, y que el vínculo que yo tienda hacia él sea siempre el de la palabra noble, pues, según me decía, la palabra noble es como un árbol cuyas raíces se hunden firmes en el suelo y cuyas ramas se elevan hasta el cielo.

—Sin lugar a duda, tu padre era un hombre sabio —respondió Amarzad, ya sin bajar la voz, conversando tranquilamente con su amado, en uno de los salones del palacete —. Pero, lamentablemente, queramos o no, existe una clase de personas con el corazón carcomido por el odio y el rencor, y suelen ser incapaces de amar a nadie e incapaces de ocultar su podredumbre, incluso se jactan de ella, en su afán de llamar la atención y de imponerse, a toda costa, sobre los demás. Y con estos, no funcionan ni todas las palabras nobles.

—Tú sí que eres sabia, princesa —dijo Burhanuddin, con una radiante sonrisa.

—Eso, igualmente, me lo enseñó mi padre —respondió ella riéndose—. Y te permito que me llames princesa solo porque por aquí hay muchos oídos pendientes de lo que decimos —concluyó, bajando la voz y con el rostro reluciendo de felicidad—. Esta noche estamos citados en tres cenas diferentes con tres personajes cruciales en la jefatura de este país —prosiguió la princesa tras un corto silencio en el que ambos se limitaban a mirarse a los ojos, expresando silenciosamente todo el amor que sentían el uno hacia el otro—. Hay que procurar que todos salgamos enteros de estas entrevistas, ganándonos de este modo a la reina, al príncipe Sorush y al príncipe Korosh. Si mañana acudimos a la entrevista con el rey con estas tres personalidades de nuestro lado, no nos sería difícil convencerle para que abandone la alianza con Rujistán.

—Creo en cada palabra que acabas de decir y soy muy consciente de la importancia de cada una de estas entrevistas que espero marchen de la mejor manera posible.

En la cena ofrecida por la reina Parandis, esta se quedó prendada por la belleza y la personalidad de Amarzad y no alcanzaba a comprender cómo una princesa de tan solo catorce años de edad podía tener tal soltura y aplomo en una conversación con una reina cuya edad triplicaba con creces la suya, ni cómo una muchacha podía estar tan al tanto de las cuestiones relacionadas con las familias reales de los países de la zona, la nobleza, la sociedad y los asuntos políticos, cuestiones estas que surgieron en el curso de la conversación entre ambas.

La entrevista empezó con una majestuosa entrada de Amarzad en los aposentos de la reina en su ala del Palacio Real, engalanada con una almalafa de larga cola, de seda roja con incrustaciones en oro, perlas y diamantes, puestas en medio de círculos formados de esmeraldas que eran idénticos a los pendientes que llevaba puestos, la acompañaban sus damas de honor, sirvientas y lacayos. Estos últimos portaban cajas y cajas de valiosos regalos enviados por la sultana Shahinaz a la reina Parandis. Tanto la almalafa que lucía la princesa como los regalos deslumbraron a la reina, a pesar de lo acostumbrada que estaba a toda clase de lujo y ostentación. Cuando decidió enviar esta embajada, el sultán Nuriddin pensó que hacer fastuosos regalos al rey Kisradar y a su familia podría tener buena repercusión a la hora de negociar con él su retirada de la alianza con Qadir Khan.

—Escucha, hija —le dijo la reina Parandis a Amarzad poco antes de finalizar tan entrañable encuentro, con tono cariñoso y en total confianza—, te confieso que yo me opongo a que nuestro reino se vea envuelto en una alianza con ese majadero de Qadir Khan, un hombre sin escrúpulos y sin principios.

—Gracias por decírmelo tan sinceramente, majestad —contestó Amarzad muy contenta y esperanzada.

—Además, y como dijiste tú, hija, nada tiene nuestro reino contra el vuestro en la actualidad, a pesar de que mi marido sigue hablando de aquella guerra que hubo entre nuestros territorios hace muchos años y en la que nosotros fuimos los agresores, lamentablemente. Si puedo, impediré con todas mis fuerzas que esto ocurra otra vez.

Con estas palabras, Amarzad consideró que el objetivo que se había fijado para aquella cena fue conseguido con creces y rezaba para sus adentros para que Muhammad Pachá y Burhanuddin consiguieran iguales y tan claros resultados.

Amarzad y la reina Parandis se despidieron calurosamente. Lo que no sabía Amarzad es que mientras ella conversaba con la reina, estaba siendo observada a escondidas durante un buen rato por dos ojos masculinos que se quedaron atónitos y cautivos de su belleza y de su personalidad. Eran los ojos del príncipe Korosh, a quien la reina Parandis había mandado llamar para que observase a Amarzad sin ser visto. Parandis, tan impresionada por Amarzad, pensó que no habría esposa mejor que ella para su hijo Korosh, y por eso estaba más que decidida a impedir la participación de su país en la invasión de Qanunistán. En cambio, Korosh pensaba que había que vencer a Nuriddin, conquistar Qanunistán y tomar a Amarzad como esclava, pues no cabría para él la posibilidad de hacer la paz con el sultán Nuriddin a causa de lo que conocía de la firme resolución de su padre de participar en la invasión de Qanunistán.

Mientras, la cena que reunió al príncipe Sorush y Muhammad Pachá transcurrió en un ambiente armonioso y de mutua comprensión.

—Lamentablemente, excelencia —dijo Sorush con semblante triste—, mi padre y mi hermano Korosh, que ahora es jefe del ejército, están muy entusiasmados por entrar en guerra junto a los reinos de Rujistán y Sindistán contra su país y Najmistán. Mis otros hermanos, mi madre y yo opinamos todo lo contrario.

—Lo sé, hijo, me hago cargo de la pena que te provoca este asunto.

—Créame, excelencia —continuó Korosh—, esta alianza está quebrantando la unión de nuestra familia y de nuestro reino. Hay de entre nuestros nobles muchos que odian a Qadir Khan, porque albergan serias dudas acerca de sus verdaderas aspiraciones tras conquistar Qanunistán y desconfían del todo acerca de sus intenciones hacia nuestro país.

—¿Pero por qué su majestad, vuestro padre, se aferra tanto a esta alianza? —preguntó Muhammad Pachá extrañado.

—¿Qué motivo podía ser salvo las riquezas de vuestro país, excelencia? Qadir Khan ha prometido a mi padre entregarle la cuarta parte de la superficie de Qanunistán, la parte lindante a nuestras fronteras que, como sabe, es la más rica en minas de oro.

—¿Y su majestad, vuestro padre, se ha creído estas promesas? Es conocido que ese tirano de Qadir Khan no tiene palabra ni respeta a nadie.

—Eso mismo les dije yo a mi padre y a mi hermano, pero ambos insisten en que Qadir Khan no los traicionará y por eso se disponen a ir a la boda de su hija que se casa con un noble de vuestro país.

—Sí, se casa con el traidor de Bahman —comentó Muhammad Pachá sin añadir una palabra más al respecto, evitando desvelar el secreto de que Bahman iba a ser detenido y conducido ante el sultán Nuriddin cuando este hubiese cruzado la frontera de regreso a su país.

Sorush se dio cuenta de que el gran visir no quería hablar de aquel tema, por lo que no insistió en el mismo.

Ambos hombres, al despedirse, se habían convertido en buenos amigos, prometiéndose hacer todo cuanto estuviera en sus manos por la paz entre sus dos reinos.

 Poco después de anochecer, Burhanuddin llegó a casa de su amigo, el príncipe Nuri, acompañado de uno de los hombres del príncipe. Nuri había invitado a un puñado de sus allegados, todos destacadas personalidades del reino de Nimristán que brindaron al joven pachá un caluroso y cariñoso recibimiento que le hizo sentirse en su propia casa.

Continuará...

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