AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS
Saïd Alami
En entregas semanales
(Entrega 29)
En entregas semanales
(Entrega 29)
21 septiembre 22
—Bueno, bueno —repetía el rey, secamente,
no gus- tándole lo que Nosherwan
acababa de decir—.
Puedes regresar con tus compañeros y esperar órdenes.
Acto seguido, el rey se levantó, caminó
hacia Diauddin e invitó a acercarse
a los demás.
—Necesitamos acabar con esa hija de
Nuriddin antes de iniciar
la invasión de Qanunistán —aseveró
Qadir Khan, dirigiéndose a todos—. Ella, tal vez, esté a esta hora
disfrutando de la hospitalidad del rey Kisradar y de la reina Parandis. No debe regresar a Dahab
de ninguna de las maneras.
Todos asentían con la cabeza, a la espera de más detalles.
—Según las informaciones de las que disponemos de Jabur y demás
sobrevivientes a las matanzas de nuestros soldados,
ellos deben disponer de no más de dos mil sol-
dados, la mayoría
a caballo.
—Sí, efectivamente —corroboró Diauddin.
—¡Cinco mil hombres!
—exclamó Qadir Khan, con tono firme, mirando
a Diauddin—. En dos días, ni una hora
más, quiero a cinco mil hombres listos para partir, mil de ellos arqueros y ballesteros, dos mil caballeros, el resto
infantes provistos de torres de asalto cuanto más altas mejor, y trabuquetes. La distancia de aquí hasta donde tuvieron
lugar las matanzas
es corta, en una semana quiero a este ejército
desplegado allí.
—A la orden, majestad —respondió
Diauddin.
—A la cabeza de este ejército irás tú, príncipe
Khorshid.
Khorshid hizo gesto de haber sido sorprendido por haber sido elegido para aquella misión.
—A la orden, majestad —dijo Khorshid, orgulloso.
—Escuchad todos —dijo el rey—. Todos los arque- ros tienen que disparar sin parar a ese
demonio de Amar- zad, esté volando o
no, hasta derribarla. De lo mismo se encargarán
torres, torretas, lanzafuegos… Quiero darle a
Nuriddin una lección
que no ha de olvidar
mientras viva y vengar a nuestros hombres
aniquilados por sus hombres y por su hija.
—Entendido, majestad, todo se hará según sus órdenes
—dijo el príncipe
Khorshid, con la cabeza alta, y presto.
—Envío contigo a cinco mil hombres, Khorshid,
la mitad dedícalos a acabar
con esa chica asesina, y la otra mitad a luchar contra
las tropas que la acompañan. ¿Enten- dido, Khorshid?
—¡Entendido, majestad! —exclamó el príncipe
Khors- hid, un hombre cercano
a la cuarentena, de estatura
media y delgado, conocido en
su reino y los países vecinos por su astucia y paciencia, y por su experiencia militar.
Capítulo 23. Nizamuddin y Khorshid
acía ya dos días que Nizamuddin había llegado a la zona fronteriza con Rujistán, después
de haber contactado con todas las unidades militares
que ya estaban posicionadas
en la zona, a la espera de
que se produjera la
invasión rujistaní.
Nizamuddin, un hombre alto, esbelto y gallardo, en
la mitad de su cuarta
década, tenía una gran experiencia mili- tar. Sin
embargo, era poco diplomático, muy contundente, con una fe desmedida en la espada como único medio para arreglar conflictos entre distintas naciones
y entre los hombres en general.
Muy cerca ya de la zona fronteriza con Rujistán,
que linda por el norte con el límite
de Sindistán y por el este con el de
Nimristán, se colocaban bajo su mando todas las tropas destacadas en aquella región, que sumaban ya más de treinta mil hombres, con lo cual
Nizamuddin estaba decidido, además de
a darle su merecido a su primo Bah- man, a quien despreciaba por su nefasta
fama, a infrin- gir un daño irreparable al ejército de Rujistán en caso de iniciarse la invasión. A él le habían
llegado emisarios enviados por
Burhanuddin tras las victorias obtenidas no lejos
de allí, lo que le alegró sobremanera y aumentó su resolución de darle un fuerte golpe al enemigo. Lo que Burhanuddin no le contó al hermano del rey
era el papel desempeñado por su sobrina,
Amarzad, pues la princesa
insistía en que no se dijera una sola palabra sobre este asunto a nadie.
El príncipe ordenó acampar a un día de la
frontera con Rujistán, ocultando
bien sus tropas y dando órdenes estric-
tas de no producir ruido alguno ni armar algarabías ni de día ni de noche. Envió a exploradores
hacia la frontera y algunos de ellos
regresaron horas después informándole de la presencia de tropas de Rujistán en el lado qanunistaní de la frontera, pero en número reducido
que no llegaba al millar de efectivos.
Aquella
zona fronteriza con Rujistán lindaba
por el este, a tan solo
dos días de marcha, con la frontera de Nimris-
tán, por lo que la tropa de cinco mil hombres que Qadir Khan había ordenado enviar al territorio
qanunistaní para interceptar a
Amarzad a su regreso de Nimristán, tenía que
pasar necesariamente por la zona que ya controlaba Nizamuddin, aunque este no sabía
nada de ese ejército que comandaba
el príncipe Khorshid. Sin embargo, el príncipe
de Qanunistán tenía órdenes expresas del sultán de que se centrara en la detención de Bahman y una
vez alcanzado este objetivo, que se
comportara según le impusieran las circunstancias.
Por este motivo,
cuando las tropas de Nizamuddin, ocultas entre colinas y espesura del terreno, divisaron al ejército de Khorshid, el caudillo
qanunistaní ordenó a sus tropas
mantenerse quietas, silenciosas y vigilantes. Mien- tras, los exploradores de Nizamuddin pudieron obtener información completa sobre ese ejército enemigo.
Toda esa información fue enviada de
inmediato con varios jinetes a todas
las unidades del ejército de Qanunis- tán posicionadas en la zona, con orden de sorprender a esa enorme tropa con un ataque del que fue encargado coman-
dar Taimur, de quien Burhanuddin había hecho elogios
al informar a Nizamuddin de las victorias de la frontera sobre las fuerzas invasoras de Rujistán.
Nizamuddin escribió a Taimur ordenándole que se asegurase
acabar con esa tropa que encabezaba Khors-
hid antes del retorno de su sobrina, Amarzad, y del gran visir Muhammad Pachá de Nimristán. Lo que
no entendía Nizamuddin era el motivo
por el cual Khorshid llevaba consigo
torres de asalto bastante altas, catapultas y enor- mes ballestas, además de pertrechos en grandes cantida- des, ya que estaba claro que se dirigía a
la frontera con Nimristán donde
habían sido aniquiladas las tropas de su país
a manos de Burhanuddin, o sea, que no iban a con- quistar ciudad alguna.
Así las cosas, muchos miles de soldados estaban
ace- chando a Khorshid y a su ejército. Mientras,
a este —astuto y experto
como era—, le extrañaba sobremanera que no hubiera ni rastro de tropas qanunistaníes guardando
la fron- tera del país en una zona por donde se esperaba
la invasión de un vasto ejército en cualquier momento.
A diferencia de su padre,
quien a pesar de la triple y severa derrota
sufrida hacía unos días
seguía con su mentalidad altanera y des- preciativa hacia el enemigo, Khorshid cambió radicalmente de parecer respecto a Qanunistán tras
aquellas derrotas, y temía ser sorprendido por las tropas enemigas, que
suponía seguían acampando
por allí, pero ocultas.
Cuando Nuriddin recibió las noticias de las tres
vic- torias en su frontera
con Nimristán casi volaba de ale- gría, pues estaba ávido de venganza tras
haber sufrido dos intentos de asesinato en su propio
palacio, ambos orde-nados por Qadir Khan. Sin embargo,
estaba seguro que este iba a intentar
vengarse del ejército
de Burhanuddin de la
peor manera posible, por lo que envió más tropas a la zona. Nizamuddin enviaba
emisarios diariamente al sultán en Dahab informándole puntualmente de
todo lo que se acontecía en la zona
fronteriza. El ambiente de guerra en Dahab
y en el resto del sultanato había empezado en toda regla, y todo estaba ya preparado para la gran batalla.
Sorprendentemente, la tarde del día
siguiente, tanto el príncipe Nizamuddin como Taimur recibieron informes de sus
respectivos exploradores de que desde la madru- gada de aquel día nadie había vuelto a ver al ejército de Khorshid. Estaba claro, por lo tanto, que
se había inter- nado en el territorio
de su aliado, Nimristán, donde segu- ramente pensaba
quedarse al acecho
esperando el regreso
de Amarzad y Muhammad Pachá.
Tanto para Nizamuddin como para Taimur, la
manio- bra de Khorshid los tomó por
sorpresa y ambos no sabían qué hacer,
pues no querían violar las fronteras del rey Kis- radar cuando, precisamente, se suponía que la princesa y el gran visir se disponían a negociar con
él. Sin embargo, eso significaba dejar la tropa de Burhanuddin a merced del potente ejército de Khorshid.
Capítulo 24.
Amarzad en la corte de Kisradar
marzad y
Muhammad Pachá fueron recibidos en la corte del rey Kisradar
de Nimristán, con gran cor-
tesía y suma amabilidad. Al monarca le
sorprendió que el sultán Nuriddin le
enviara a su hija, tan joven, encabezan- do
la embajada, en compañía de su gran visir, Muhammad Pachá, aunque sabía que ella era la heredera del trono de su país.
El rey de Nimristán, un hombre
de aspecto refinado pero con ojos de águila, delgado y fibroso, al
final de la sexta década de su vida, hacía muchos años que había
fracasado en su intento de
conquistar su vecina Qanunistán, en una guerra
sangrienta, y desde entonces su relación con la corte de
Dahab era tensa y tirante, por lo que veía en su nueva alianza con su vecino el rey Qadir Khan una nueva ocasión para apoderarse de parte del rico reino
de Nuriddin.
Pero, en realidad,
entre Kisradar y Qadir Khan no corría sentimiento alguno de amistad o de
simpatía, pues ambos reyes eran tiranos y altaneros, y sus
ejércitos habían tenido
importantes choques a lo largo de los últimos años a causa de problemas de demarcación de la frontera entre ambos países. Rujistán reivindicaba como
suyos ciertos territorios de
Nimristán, lo que Kisradar rechazaba tajan- temente.
La alianza entre ambos países contra Qanunistán se había alcanzado tras arduas y difíciles negociaciones en las que Qadir Khan tuvo que recapitular y prometer no
Rujistán, alianza que tampoco gustaba lo
más mínimo a su madre, la reina Parandis.
—Espero que vuestra
ilustre embajada, encabezada por su alteza, la princesa Amarzad en persona,
resulte fruc- tífera —dijo Sorush, serio y respetuoso—. Su majestad les va a recibir mañana al mediodía,
mientras tanto mi madre está deseando
conocer a la princesa, por lo que me ha
encargado invitarla a cenar esta noche en un ambiente nada formal, como dos amigas.
La invitación de la reina Parandis les
sonó tan bien a Amarzad y Muhammad
Pachá, que se les reflejó inmedia- tamente
en la cara, aliviándoles a ambos profundamente y dándoles grandes esperanzas de que su embajada iba a ser tan fructífera como ambos anhelaban.
—Espero que la princesa acepte la
invitación —dijo Sorush al ver la
sorpresa y la alegría en los rostros de sus huéspedes que no arrancaban a decir nada al respecto.
—Por supuesto,
alteza —se apresuró
a decir Amarzad,
sin pretender ocultar su alegría
por la invitación—. Es un
gran honor para mí aceptar esta invitación de su majestad, la reina.
—En cuanto a su excelencia, Muhammad
Pachá, ten- dré el honor si acepta mi
invitación a cenar esta noche en mi
palacio, al otro lado de esta explanada —dijo Sorush amablemente dirigiéndose al gran visir, mientras Amarzad
se sentía inmensamente feliz por esa nueva invitación y ese ambiente
de amistad que presagiaba buenas perspectivas para su embajada.
—Gracias,
muchas gracias —respondió Muhammad Pachá, con amplia
sonrisa—. Es sumamente amable vuestra alteza y nos sentimos inmensamente honrados por tan cari- ñosa acogida en su gran reino.