AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS
Saïd Alami
En entregas semanales
(Entrega 18)
18 junio 2022
….El mago Flor, que avistaba a las sombras y rehenes
volando en el horizonte enrojecido, de repente vio cómo estas desaparecían lo
que provocó que los rehenes se precipitasen al vacío, por lo que aceleró
instantáneamente su vuelo rescatando en el aire a ambos hombres que estaban
inconscientes.
El gran mago recostó a los dos caballeros en el
suelo reemprendiendo vuelo de nuevo en busca del escondite de los brujos, que
intuía que no estaba lejos de allí. Sin embargo, destruidas las sombras, la muy
astuta Kataziah ordenó al brujo centinela que se metiera de inmediato en la
cueva y que todos los presentes en la cueva se introdujeran hasta el fondo de
la misma, alejándose todo lo que pudieran de su entrada. El mago Flor, tras
volar y buscar infructuosamente, hasta que la oscuridad de la noche cubrió con
su manto todas aquellas montañas, regresó a donde había dejado a los dos
hombres, pero ya no estaban allí. Los encontró caminando juntos de regreso al
Palacio Real, y no quiso entrometerse más, dejándolos seguir su camino y
adelantándose a ellos de regreso a palacio.
El mago Flor apareció al lado de Amarzad, quien se
alegró mucho al verle aparecer de nuevo. Todos seguían allí, pero se habían
trasladado al salón del trono. Burhanuddin regresaba en aquel momento e
informaba al rey de la veracidad de la contraseña. El sultán y los demás
presentes allí miraron nuevamente a la princesa, como rogándola que desvelase
el secreto que albergaba, sin embargo, ella, al ver que la miraban todos y
sentirse protegida por el mago Flor, se irguió, segura de sí misma.
—Hay sueños que no fallan —dijo ella fingiendo no
entender el significado de aquellas miradas.
El mago Flor sonreía y la miraba complacido. El gran
mago, aprovechando el silencio reinante, le dijo a la princesa al oído que le
comunicase a su padre su deseo de ir como embajadora a Nimristán para llevar a
cabo la misión que el difunto príncipe Johar no pudo cumplir.
—Majestad —comenzó la princesa.
—Dime, querida hija —respondió el sultán, complacido
con su hija, ya que la veía hablar con mucha seguridad, sin atisbo de que lo
que contó del sueño no fuera verdad, y, volvió a pensar, en última instancia,
que si no lo fuera, qué más daba, pues en nada le perjudicaba aquello, ni a él
ni a Qanunistán, sino todo lo contrario.
—Es necesario volver a retomar la misión que su tío,
el príncipe Johar, no pudo cumplir —dijo Amarzad sin preámbulos—. No hay tiempo
que perder, majestad.
Todos se miraban, mientras el mago Flor sonreía
satisfecho ante el aplomo que mostraba Amarzad.
—¿A qué
viene esto ahora, hija? —respondió el rey extrañado.
El sultán se le ocurrió que su hija simplemente
quería desviar la atención del tema del escudo protector y de la contraseña.
—Majestad —volvió a decir Amarzad—,
ya vemos que Qadir Khan no detiene un minuto sus intentos de acabar con
nosotros. Asesinó al príncipe Johar y a Parvaz Pachá, compró a vuestro primo,
Bahman, para traicionaros, y hoy intentó asesinar a Vuestra Majestad ¿Vamos a
quedarnos con las manos cruzadas sin mover nosotros pieza en esta partida de
ajedrez y sin llevar adelante nuestros planes?
El rey, al escuchar a su hija
retomar el tema con tanta decisión y vehemencia, empezó a tomarla en serio,
recordando que ya no se encontraba ante aquella niña de antaño, sino ante una
princesa muy consciente y con un carácter maduro que superaba con creces su
edad. La misma admiración causaron las palabras de Amarzad en su madre,
Muhammad Pachá y Burhanuddin, Nizamuddin y Qasem Mir, quien había regresado a
la reunión tras ausentarse para realizar un largo recorrido de inspección por
los alrededores del palacio, acompañado por un puñado de sus hombres.
—Tienes razón, hija, aún hay tiempo para intentar
neutralizar a Nimristán y hacer que abandone la alianza con Qadir Khan. Pero la
misión costó la vida a Johar y me temo que Qadir Khan no va a permitir que
nadie vaya a negociar al reino de Nimristán. Así que nos arriesgamos a que una
nueva embajada corra la misma suerte que la primera. ¿Qué opináis los demás?
—el sultán formuló su pregunta dirigiendo su mirada a todos.
—Tenemos que darle una lección a ese tirano
fanfarrón —dijo Muhammad Pachá con ímpetu.
—Lo que dicen Amarzad y Muhammad Pachá es verdad
—terció la sultana—, tenemos que seguir adelante con nuestros planes antes de
que sea demasiado tarde.
Los demás apoyaron la propuesta, a pesar del grave
riesgo que entrañaba.
Y su excelencia, Burhanuddin Pachá, ¿qué opinión
tiene al respecto? —preguntó el sultán al joven pachá que permanecía callado,
aunque atento a la conversación.
—Majestad, creo que su alteza está en lo cierto, así
como su excelencia, Muhammad Pachá —respondió Burhanuddin seguro de sí mismo—.
Hay que darle una lección a Qadir Khan y ¿qué mejor que despojarle de su aliado
más preciado en esta guerra?
—Sí, sí —repetía el sultán—, pero ¿quién sería capaz
de llevar a cabo tal empresa y regresar de Nimristán triunfante? Todos sabemos
que Kisradar es tan tirano como Qadir Khan, y al igual que este quiere
apoderarse de las minas de oro de nuestro país. Será muy difícil que abandone
la alianza.
—No si le prometemos que le compensaremos en oro si
abandona la alianza y que su neutralidad le repercutiría en ventajas mucho más
grandes que las que puede obtener participando en la guerra contra nosotros y
contra Najmistán —respondió Amarzad, seria y lúcida—. No si le convencemos de
que nuestras tropas y las del rey Akbar Khan son numerosas y fuertes.
El sultán se quedó mirando a su hija, complacido.
—Bien, hija —dijo el rey
contento—, está muy bien lo que dices.
—Hay que hacer comprender a Kisradar —intervino
Nizamuddin— que Qadir Khan tiene otros planes muy distintos a los que le
prometió, pues piensa convertir en rey de este país a Bahman Pachá, su futuro
yerno, sometiendo a nuestro país totalmente a su voluntad, sin contar en
absoluto con Kisradar.
—¡Magnífico,
hermano! —exclamó el sultán—. Este dato por sí sería suficiente para convencer
a Kisradar para que abandone a Qadir Khan, a no ser que después de entrar en
guerra contra nosotros quiera estar en guerra también contra Qadir Khan, si es
que este logra sus objetivos en nuestro país, cosa que nunca sucederá, Dios
mediante. Su excelencia, ¿qué opina? —preguntó a Qasem Mir, jefe del ejército.
—Totalmente de acuerdo con este
planteamiento, majestad —respondió el caudillo Qasem—. De convencer a Kisradar
de estos puntos que propusieron sus altezas, la princesa y el príncipe, no creo
que el rey de Nimristán esté por la labor de arriesgarse en una guerra a
sabiendas de que si la gana puede ser traicionado por Qadir Khan.
—¡Bien! —exclamó el rey—, ¿y quién sería capaz de
encabezar tal empresa?
—Yo, majestad —se apresuró a responder Amarzad—. Si
me lo permite, padre, yo iré a Nimristán.
Todos quedaron de nuevo sorprendidos ante la fuerza de
carácter que emanaba del rostro y de la mirada de la princesa. Los presentes
permanecieron en silencio mientras Amarzad les iba observando de uno en uno
esperando su aprobación.
—Y si lo considera apropiado, padre, me acompañará
Muhammad Pachá, por su gran experiencia en estos menesteres —dijo Amarzad de
nuevo ante el silencio de los demás, que aún no se habían recuperado de la
sorpresa.
El mago Flor presenciaba con sumo interés toda
aquella conversación, que en su opinión Amarzad había llevado magníficamente.
Cuando él la propuso ir de embajadora a Nimristán pretendía ante todo alejarla
de Dahab, de Kataziah y de sus brujos, porque temía seriamente por su seguridad
en medio de aquella enorme congregación de lo peor de los brujos venidos de
todos los reinos de la región. Ninguno de los presentes veía al mago Flor, que
estaba de pie al lado de la princesa. La presencia de él le daba a Amarzad una
enorme fuerza.
El silencio reinante tras la última intervención de
Amarzad se hacía cada vez más espeso. Nadie osaba opinar sobre si Amarzad debía
o no encabezar la embajada antes de que lo hiciera el sultán. Este, sin
embargo, no sabía a qué atenerse, pues veía que su hija era capaz de ir de
embajadora a Nimristán, pero recordar la suerte que corrió su tío Johar, lo
amedrentaba.
—De ninguna
manera me voy a arriesgar a quedarme sin mi heredera en el trono de Qanunistán
—soltó el rey dirigiéndose a su hija—. Se trata, hija mía, de un viaje cuya
enorme peligrosidad quedó demostrada no solo con la muerte del príncipe Johar,
sino también del centenar de hombres que le acompañaban: no se salvó nadie.
—Pues, majestad, llevemos una tropa de mil hombres
—exclamó Muhammad Pachá, entusiasmado—. De todos modos, estamos reforzando
nuestras fronteras.
El sultán, extrañado de la actitud de su gran visir,
le miró asombrado y pensaba: «¡Ah!, conque estás de su parte». Muhammad Pachá
miraba a Burhanuddin como solicitando que le apoyara.
—Sí,
majestad —dijo Burhanuddin—. Creo, con el permiso de vuestra majestad, que la
princesa y Muhammad Pachá están en lo cierto.
—¡Ya veo que estáis todos de
acuerdo! —exclamó el sultán con un tono de voz que dejaba entrever que aprobaba
la propuesta de Amarzad—. Supongo que la sultana también.
—Yo no lo apruebo —sentenció Shahinaz—. No estoy
dispuesta a arriesgar la vida de mi hija.
—Si yo dudara por un instante que la vida de nuestra
hija corre peligro, no aceptaría enviarla ni a la puerta de este palacio
—respondió el sultán dirigiéndose a su esposa.
Los dos pachás pronto se miraron cómplices, satisfechos.
Mientras, Nuriddin fijaba su vista en Burhanuddin.
—Su
excelencia, Burhanuddin Pachá, será el militar que encabezará la tropa que se
marchará a Nimristán. Una tropa de dos
mil hombres, no de mil como propuso el gran visir, pues quiero asegurar hasta
el máximo a esta misión. Su excelencia se encargará de elegir, mañana mismo, a
sus lugartenientes, y el caudillo Qasem se encargará de elegir la tropa.
Eso cogió a Burhanuddin por
sorpresa, pues acababa de ser nombrado jefe de la Guardia Real y ya se tenía
que marchar de la capital.
—Majestad, acaba de nombrarme
comandante de la Guardia Real. Estoy a sus órdenes donde su majestad quiera
destinarme, pero me preocupa mucho la seguridad dentro de palacio,
especialmente después de lo acontecido hoy aquí —dijo Burhanuddin muy
sinceramente.
El mago Flor, al oír lo que decía Burhanuddin, le
aseguró a Amarzad que el escudo protector invisible que los salvaguardaba a
cada uno de ellos permanecería así por mucho tiempo.
—¿Hasta cuándo? —le preguntó ella.
—Mientras esté
yo pendiente de su seguridad, no temas por ellos.
El sultán, entretanto, había estado intercambiando
unas palabras, aparte, con su gran visir, tras lo cual se acercó a Burhanuddin.
—No temas por nosotros, Burhanuddin —dijo el sultán
mientras miraba a Amarzad—. ¿Verdad, hija? Me refiero al escudo que protege al
palacio —agregó el sultán que no sabía que había además otros escudos
protegiendo a cada uno de los presentes.
—Así es, majestad —respondió la princesa—, el escudo
estará protegiendo al palacio siempre, con la condición de que nadie más
conozca la contraseña.
Entonces el sultán se dirigió al joven pachá,
resuelto:
—Puedes marcharte tranquilo,
hijo, y puedes estar seguro de que tu puesto aquí en palacio será siempre tuyo
mientras tú lo quieras.
Burhanuddin se sintió
enormemente complacido y orgulloso al oír que el sultán le llamaba «hijo»,
expresión esta que no había escapado a los oídos de ninguno de los presentes y
que complacía a todos ellos escucharla dirigida al joven pachá, pues se trata
del joven que acababa de salvar la vida del sultán y que había conseguido
aquella tarde, a lo largo de aquella imprevista reunión, ocupar su lugar en el
corazón de todos los participantes en la misma. Por su parte, Burhanuddin
quería demostrar al sultán, a cualquier precio, que él era digno de la
confianza que depositaba en él tan generosamente.
—Procuraré ser digno de su confianza, majestad
—respondió el joven pachá—. No temais por la seguridad de la princesa, que
mientras yo viva, ella estará a salvo.
Sin embargo,
la princesa no sentía en aquel momento el más mínimo temor a emprender este
viaje, por más peligros que pudiera entrañar.
—Nadie en absoluto, aparte de los que estamos aquí,
debe saber que yo encabezo esta embajada —dijo Amarzad por indicación del mago
Flor, quien le explicó que tenía que ocultar siempre su paradero, por temor a
los brujos congregados cerca de Dahab.
—Sí —respondió el sultán—,
nadie debe saberlo. Para todo el mundo en este país y los países colindantes es
Muhammad Pachá el que encabeza esta misión a Nimristán.
12. Los brujos, enfrentados
La bruja Kataziah estaba fuera de sí de rabia tras
percatarse de que el mago Flor sobrevolaba la zona en la que se encontraba su
gruta. Echaba la culpa a los brujos que habían generado aquellas sombras negras
con las que pudieron meter en palacio a los dos asesinos que intentaron matar a
Nuriddin, entre ellos Jasiazadeh. Esta, a su vez, echaba la culpa a Kataziah
por no haber informado a los brujos presentes en la cueva acerca del alcance y
de los verdaderos poderes del mago Flor. Narus y Wantuz respondían que la culpa
era del rey de Rujistán, que había enviado a «dos inútiles» para asesinar a
Nuriddin. Jasiazadeh rechazaba las acusaciones hacia Qadir Khan, asegurando que
este ya tenía infiltrados en Dahab a una decena de hombres de lo más diestro
del país en el uso de armas y venenos, y que los dos apresados en el Palacio
Real eran la élite de la élite de los guerreros al servicio de Qadir Khan. El
ambiente se había vuelto muy tenso aquella noche en el interior de la gruta, y
la discusión entre los brujos subía de tono y amenazaba con llevar al traste
todo el plan que Kataziah había diseñado para acabar con el mago Flor.
—¡¡¡Escuchad todos!!! —gritó Kataziah de repente subida
encima de una gran piedra—. No olvidéis por un instante el motivo por el cual
os he llamado venir de vuestros países y de Qanunistán. Estamos congregados
aquí para liberar a nuestros hermanos que están presos en manos de Svindex y
para acabar con este mago, al que ahora le gusta llamarse mago Flor, y que
supone la máxima amenaza para nosotros. No nos hemos congregado aquí para matar
al sultán Nuriddin, eso pertenece a otra guerra que no nos incumbe en realidad.
—Eso no es así —protestó Jasiazadeh—. Tú y los
tuyos, todos vosotros, habéis aceptado recibir las recompensas del rey Qadir
Khan a cambio de participar en el asesinato de Nuriddin.
—Sí, es así
—sentenció Kataziah con tono contundente—. Cuando aceptamos ayudarte a ti y
recibir las posibles recompensas del rey de Rujistán no entraba en nuestros
cálculos que los hombres que enviaría Qadir Khan no fueran capaces de terminar
la misión que les había sido encomendada, ni que el propio Svindex estaría
presente en el palacio junto a Nuriddin. Eso complica mucho el asunto, y por
poco Svindex nos descubre, y os aseguro que no os gustaría nada a todos
vosotros que eso ocurriera antes de que apresemos a Amarzad, como tenemos
planeado.
La gruta bullía en enconadas discusiones entre los brujos,
pues unos respaldaban a Kataziah y que la prioridad era acabar con Svindex y
otros consideraban que la prioridad era matar a Nuriddin, recibir las
recompensas de Qadir Khan, y luego volverse hacia el gran mago y acabar con él.
Kataziah observaba que la alianza de brujos estaba a punto de romperse, por lo
que decidió acabar con Jasiazadeh o someterla enseguida, ya que consideraba que
ella era la causa del resquebrajamiento de la alianza que tanto esfuerzo la
había costado conseguir. Kataziah no tenía otra elección y así se lo comunicó a
Narus y a Wantuz. Jasiazadeh se dio cuenta enseguida de lo que estaba tramando
Kataziah con su hermano y su hijo.