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Artículos de archivo, de Saïd Alami

 


  AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS 

Saïd Alami

En entregas semanales 

(6)

22 marzo 2022

 Amarzad corrió a su enorme armario para elegir la ropa que se iba a poner, sabiendo ya lo que buscaba, pero al buscarla no la encontraba, hasta que se dio cuenta de que ya la llevaba puesta, sin que ella lo hubiera hecho. Se quedó un rato pensativa y mirándose en el espejo, incrédula, pues llevaba exactamente las piezas de ropa que quería ponerse. «Pero ¿Cómo?», pensó. Finalmente, sonrió complacida, alzó la cabeza, abrió la puerta y se lanzó hacia el salón principal.

4. La nueva Amarzad

  Nada más bajar de la planta superior, Amarzad encontró esperándola

 impaciente a Noruz, quien se lanzó inmediatamente hacia la imponente puerta

 del salón principal donde dos fornidos guardianes, armados con sendos

 alfanjes, la abrieron de par en par.

—¡La princesa Amarzad, heredera del trono! —exclamó Noruz, una vez

hubo atravesado el umbral de la puerta, anunciando la llegada de Amarzad

 con voz alta y apartándose a continuación para dejar paso a la princesa, que

 impresionó a sus padres antes que a sus huéspedes, los reyes de Najmistán.

—¡Ah, hija! —exclamó la sultana Shahinaz apresurándose a coger a su hija

 entre sus brazos—, parece que no te veo desde hace un siglo. Vente a mi

 lado. Como ves, han venido nuestros amigos el sultán Akbar Khan y la

 sultana Samira.

Tras saludar efusivamente a los sultanes de Najmistán, que la conocían desde

 que era bebé, estos expresaron, discretamente, su admiración por su belleza

 tras un año sin haberla visto. El sultán Nuriddin se levantó dando la

 bienvenida, calurosamente, a su única hija y heredera, y mientras ella

 tomaba asiento junto a sus padres, estos no dejaban de mirarla,

 especialmente la sultana Shahinaz. Ambos percibían que su hija estaba algo

 cambiada: «algo le sucede a mi hija», pensó la madre. Sin embargo, no era

 momento para indagarlo.

—Bien, hija —dijo el sultán Nuriddin, dirigiendo la mirada a su hija, como

 retomando una conversación que estaba teniendo lugar antes de la llegada de

 Amarzad—. La situación es que otra vez nuestro vecino, el rey Qadir Khan,

 ese tirano fanfarrón, se dispone a invadir nuestro reino con un enorme

 ejército. Les he pedido a nuestros aliados presentes aquí que nos ayuden a

 hacerle frente, pero esta vez, a diferencia de los dos ataques anteriores de

 hace unos años, Qadir Khan se ha aliado con Radi Shah, rey de Sindistán, y

 con el rey Kisradar, de Nimristán, que tantas veces quiso conquistar nuestro

 reino. En el pasado, lo intentaban por separado, pero ahora se han unido

 contra nosotros esos reyes tiranos. Entre los tres reúnen un ejército de más

 de cuatrocientos mil soldados, mientras nosotros no podemos reunir entre

 nuestros dos reinos a más de ciento cincuenta mil hombres.

—Entiendo, padre —dijo Amarzad con semblante serio, mirando a sus

 padres y hablando pausadamente—. Su majestad seguro que sabrá cómo

 solucionar este problema con nuestros aliados los reyes de Najmistán, pero

 creo que habría que enviar embajadas a nuestros enemigos, en un intento de

 apaciguarlos y hacer que se avengan a razones.

Ambos monarcas intercambiaron miradas de admiración por las palabras e

 ideas de Amarzad, y por el modo con el que estaba dirigiéndose a ellos,

 pausado y tranquilo. La sultana Shahinaz frunció el ceño sin decir nada, solo

 observaba y escuchaba a su hija. «Pero ¿qué le pasa? Amarzad no habla de

 esta manera», pensó Shahinaz, extrañada tanto por la forma de hablar como

 por lo que acababa de decir. La reina Samira, al escuchar aquellas palabras

 se quedó muy gratamente sorprendida y pensó: «Vaya, lo que ha cambiado

 esta niña en un año, qué inteligente es ya».

—Efectivamente, princesa —exclamó Nuriddin, pasando su mirada entre los

 presentes, orgulloso de su hija—. Esta mañana acordamos el sultán Akbar

 Khan y yo enviar dos embajadas a nuestros dos enemigos de siempre, Qadir

 Khan y el rey Kisradar. La primera embajada la encabezará nuestro visir,

 Parvaz Pachá, y la segunda, a Nimristán, la encabezará mi tío, el príncipe

 Johar. Pero tememos que ambas embajadas no vayan a servir para nada.

—Recuerde, princesa, que nuestros dos reinos son de limitado poder militar

 —dijo el sultán Akbar Khan—. Si no recibimos ayuda no tendremos más

 remedio que negociar con nuestros enemigos, tal vez lleguemos con ellos a

 una solución, aunque lo veo difícil.

—Majestades —dijo Amarzad—, ¿no les parece extraño que el reino de

 Sindistán, con el que hemos tenido siempre buenas relaciones, se aliara con

 nuestros enemigos de siempre en Rujistán? A mí me parece que sería

 importantísimo enviar a Sindistán una embajada urgente para tratar de

 convencer al rey Radi Shah de que se mantenga neutral.

Nuevamente, los presentes intercambiaron miradas de admiración por esta

 propuesta de Amarzad.

Tras un momento de silencio, durante el que Shahinaz y Samira no quitaban

 ojo de la niña, sin que esta se inmutase lo más mínimo.

—Magnífica propuesta, princesa —dijo su padre mientras Akbar Khan

 asentía con la cabeza.

—Yo mismo estoy dispuesto a viajar a nuestra vecina Sindistán y

 entrevistarme con el rey Radi Shah —dijo el sultán Akbar Khan—. Hemos

 tenido siempre buenas relaciones.

—Fantástico. Me parece muy bien, majestad. Y si me permite, sugiero que os

 acompañe mi gran visir, Muhammad Pachá.

—Sí, es buena idea que me acompañe vuestro gran visir en el nombre de

 vuestra majestad. Muhammad Pachá es conocido por su gran sabiduría y

 será de una gran ayuda en las conversaciones con Radi Shah.

El debate duró una hora más, acordándose al final que ambos ejércitos se

 mantuvieran en alerta máxima y se les dotase urgentemente de los fondos

 necesarios para alistar el máximo número posible de tropas. Así, todos

 quedaron a la espera de los resultados de las embajadas y de las

 negociaciones que el sultán Akbar Khan mantendría en Sindistán.

Al finalizar la reunión, tanto el sultán Akbar Khan como la sultana Samira no

 se despegaron un momento de Amarzad, expresando continuamente ante sus

 padres su admiración por ella e insinuando que no habría mejor esposa que

 ella para su hijo, el príncipe Torán, heredero del trono de Najmistán,

 insinuaciones estas que complacían sobremanera a Nuriddin y a Shahinaz.


Al caer la noche, los reyes de Najmistán se retiraron a dormir para levantarse

 con la primera luz del día y emprender viaje a Sindistán, quedándose

 Amarzad y sus padres a solas. Ella se daba cuenta de que sus progenitores

 no la quitaban ojo, escudriñándola, mientras los tres hablaban.

—¿Qué te pasa, hija? Te veo distinta, como queriendo decirnos algo

 importante —dijo finalmente la reina Shahinaz, porque no pudo contenerse

 por más tiempo.

«Estas madres —pensó Amarzad—, siempre están metidas en los cerebros de

 sus hijos».

—No. No pasa nada, madre —respondió Amarzad toda segura de sí misma,

 mientras sus padres la miraban pendientes de su contestación.

Al escuchar la respuesta y observar tanta autoconfianza reflejada en el rostro

 de su hija, sus padres intercambiaron miradas de extrañeza de las que

 Amarzad simulaba no percatarse.


 5. El mago Flor y sus secuaces


 Una vez resuelta la situación de Amarzad, el mago Flor tenía que ocuparse de

 resolver el caso de la bruja Kataziah y de sus seguidores. Primero tenía que

 localizarla, luego detenerla y entregarla a la Hermandad Galáctica de Magos,

 que se encargaría de juzgarla y castigarla. Sabía el mago Flor que la bruja

 Kataziah estaba viva, ya que, de haber muerto, él se habría liberado de su

 hechizo en el mismo instante de producirse su muerte, sin necesidad de más

 intervención. Lo que no comprendía el gran mago era por qué le había

 convertido aquella bruja precisamente en una flor, ya que ¿Cómo podía una

 bruja tan malvada y tan fea pensar en una flor tan bonita y en un campo tan

 florido? La única respuesta que le cabía a tal pregunta era el hecho de que

 siendo una flor perdida en un bosque y apareciendo sobre la tierra solo en

 primavera y por corto espacio de tiempo, hubiera sido muy difícil que alguien

 le pudiera rescatar. Y, de hecho, así fue, pues el mago Flor tardó setenta y

 cinco años en ser rescatado. Pero ¿Dónde estaría la malvada Kataziah tras

 tanto tiempo?


El mago Flor se construyó un discreto palacio a las afueras de la capital de

 Qanunistán, Dahab. Lo levantó en medio de un bosque por el que no solía

 pasar nadie, y su construcción o, mejor dicho, su implantación, fue

 realizada, completamente, en cuestión de minutos.

La ubicación del palacio en aquel bosque era la idónea: un lugar inhóspito,

 de difícil acceso, de forma que nadie se daría cuenta de que había sido

 construido en un santiamén, lo que levantaría toda clase de sospechas y

 alarmas entre la gente y sin duda llegaría a oídos de Kataziah, y esta, junto a

 sus brujos y brujas de la maldad y de la brujería negra podrían estar

 continuamente atacándole, tramando contra él e intentando sorprenderle.


La verdad es que el mago Flor no temía a la bruja Kataziah ni a su hijo,

 Narus, ni a su hermano, Wantuz, a pesar de que sabía que eran lo peor de lo

 peor como criminales, capaces hasta de preparar brujería negra con la que

 separar hijos de padres y maridos de esposas. Incluso eran capaces de tramar

 la muerte de personas a cambio de unas monedas de oro. Y cuando Kataziah,

 ayudada por sus brujos, encantó al mago Flor, fue para deshacerse de él, en

 venganza porque él y sus magos bondadosos habían abortado muchos

 conjuros, encantamientos y hechizos negros del trío, a lo largo de muchos

 años. Así que, cuanto menos supiera Kataziah de él tanto mejor, ya que así le

 sería más fácil apresarla.


Instalado el mago Flor en su palacio, en cuyo interior no faltaba detalle de

 comodidades, tardó un día más en reclutar a criados y sirvientes, además de

 guardianes armados, duchos en toda clase de luchas corporales y armadas.

 Los guardianes estarían a las órdenes de su leal amigo y discípulo, el joven

 mago Hilal, quien a lo largo de los años de ausencia del maestro le fue

 siempre fiel, manteniendo siempre viva la lucha contra la bruja Kataziah y

 sus malvados seguidores, a la vez que siguió, con los demás leales al mago

 Flor, ayudando a los maltratados y oprimidos.

Hilal ordenó a sus ayudantes y a los guardianes proteger el palacio y sus

 alrededores de cualquier intromisión de personas, animales terrestres,

 pájaros o insectos, ya que la perversa Kataziah y sus brujos bellacos podrían

 acercarse al palacio en forma de cualquiera de estas criaturas. Tanto el mago

 Flor como Hilal y sus ayudantes podían detectar tales camuflajes y

 neutralizar a quienes estuvieran detrás de ellos.

Así, el bosque que rodeaba el palacio del mago Flor estaba bien vigilado, día

 y noche, por guardianes guerreros y por magos a los que el mago Flor había

 solicitado ayuda desde distintas zonas de Qanunistán y los reinos

 colindantes, quienes acudieron entusiastas al enterarse de su regreso, para

 servirle en lo que hiciera falta, aunque les costara la vida, pues todos eran

 sus fieles seguidores.


El mago Flor se reunió en el palacio con Hilal y los magos ayudantes para

 intentar entre todos determinar la ubicación de la bruja Kataziah. Pero, a

 pesar de sus formidables poderes mágicos, no pudieron llegar a ningún

 resultado. Incluso Hilal, único ayudante del gran mago que llevaba sortija

 esférica, unió su sortija a la de su maestro para buscar a Kataziah por los

 cuatro confines de la tierra, pero no consiguieron dar con ella. El gran mago

 sabía que Kataziah empleaba una esfera poderosa para localizar a cualquier

 persona y que esa misma esfera le servía para impedir que fuera encontrada.

 La maniobra fallaba reiteradamente, sin que eso restara un ápice de la

 determinación de ambos magos de localizar a la malvada Kataziah. Así, los

 intentos se repitieron noche tras noche, hasta que en la cuarta noche, la

 búsqueda empezó a dar resultados, apareciendo en la sortija esférica del

 mago Flor la silueta de la bruja, pero sin detalle, borrosa, y sin llegar a

 detectar el lugar donde se encontraba. Entonces, el mago Flor decidió

 recurrir a Amarzad, pues su sortija esférica era muy potente, ya que había

 sido creada por el propio Xanzax, y estaba seguro de que, con su ayuda, la

 bruja sería localizada con precisión.


A la mañana siguiente, el mago Flor despertó él mismo a Amarzad, quien

 había regresado con sus padres al Palacio Real de Dahab. Al abrir los ojos y

 verle delante de ella, no cabía en sí de alegría. Ella le contó que sus padres

 estaban muy tensos, preparando el país para la guerra, a la vez que seguían

 pendientes de las dos embajadas enviadas a sendos reinos vecinos, así como

 de la misión de negociación por la que el sultán Akbar Khan emprendió

 viaje a Sindistán. El mago Flor la tranquilizó asegurándole que nada malo le

 iba a suceder a su reino, pero que debía mantener esa información, así como

 todo lo que hablaran entre ellos, en hermético secreto, salvo que él le

 indicara lo contrario.

Continuará

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